Aunque no creo que sea el peor bicho que nos vomitó la TV argentina, Víctor Sueiro no me simpatiza. Y menos me simpatizaba su programa de historias de aparecidos, resucitados y prodigios de la fe. Por suerte el tipo ya no sale al aire regularmente; pero hace unos años, cuando ese programa siniestro aun se emitía, yo pensaba...
Si Sueiro se cree realmente la que manda, me parece un estúpido al que le calza a la perfección el uniforme de idiota útil (en este caso de la religión). Si está concientemente al servicio de los poderes siniestros que siempre buscan debilitar la razón colectiva usando la fe como arma primaria, merece la hoguera. Como sea, crédulo manso o cínico de mierda, hace daño, alimentando el oscurantismo. Lo que menos necesita el sufrido pueblo de este país reventado, en un momento tan denso como el presente, es cuentos enfermizos que lo inciten a apostar a la lotería de la fe, poniéndole alas de celofán al pensamiento mágico.
Pero supongamos que Sueiro es bienintencionado. Me pregunto… si el tipo cree en milagros y revelaciones de Dios y demás seres improbables engendrados por la mitología judeo-cristiana… ¿por qué no se encierra a rezar en su casa y se deja de joder?, ¿por qué se empecina en demostrar que Dios existe contando historias de ultratumba, milagros y resurrecciones? Aborrezco la prédica, cualquier prédica, toda prédica. Me enferman aquellos que quieren vender lo que la gente no pidió comprar, tanto como los que ofrecen falseado y pervertido lo que los ingenuos sí se muestran abiertos a recibir. Y, en todo caso, “estar abierto para recibir” algo no significa haberlo pedido o necesitarlo: un vendedor astuto le puede vender buzones a quienes nunca recibieron una carta… Me simpatizan un poco más los monjes tibetanos, porque cercanos a la verdad o equivocados, no importa, se recluyen para hacer la suya, no pregonan nada, no rompen las pelotas tocado timbres ni se meten de prepo en tu casa a través de la pantalla del televisor.
La trillada historia de los que llegaron casi al otro lado pero después de espiar por el agujero de la cerradura volvieron para contar que vieron La Luz… no es invento de Sueiro ni es nueva: hace unos veinticinco años apareció un libro supuestamente testimonial que se llamaba “Vida después de la vida”, en el cual varios muertos arrepentidos y resucitados coincidían en sus descripciones de un largo túnel negro y una luz deslumbrante al final, y esto lo habrían visto estando clínicamente muertos. El autor de ese libro pretendía lo mismo que pretende Sueiro: validar las fantasías que predica el catolicismo, a través de una recopilación de fábulas contemporáneas que no tienen por escenario el monte de Sinaí o la llanura palestina, sino la casa del vecino, porque “a cualquiera le puede pasar hoy mismo”. Algo me queda claro y algo no: es obvio que lo que se pretende al divulgar esas historias es certificar la transcendencia del ser humano después de esta vida, y probar que Dios existe; pero no sé si todos los divulgadores coinciden en la intención al transmitir su interpretación de lo relatado por los presuntos protagonistas como algo experimentado estando al borde de la muerte, ya que algunos parecen querer sugerir que esa gente estuvo de verdad muerta, y milagrosamente volvió a la vida. Esto último es tan poco serio que no gastaría saliva en responderles a quienes lo vendan o lo compren: la muerte, por definición, es irreversible, no se vuelve, no se resucita, y si alguien volvió de un estado tan parecido a la muerte que pudo engañar hasta a los médicos y su instrumental, es simplemente porque nunca dejó de estar vivo. Y el hecho de recordar algo de ese estado demuestra que el cerebro en ningún momento dejó de funcionar (dato por demás innecesario: el solo hecho de estar contando el cuento es prueba más que suficiente de que nunca dejaron de estar vivos). Lo otro, la teoría de que hay moribundos indecisos (y no muertos resucitados) que experimentan el contacto con la paz y la luz divinas en un limbo cercano al más allá, pero terminan quedándose en el más acá, me parece mucho más jodida (quiero decir “peligrosa”), porque para los crédulos cultores de la fe ciega algo parece empezar a cerrar, la más miserable de las ficciones cobra entidad de prueba, "yo no vi pero alguien vió". Y porque aun pareciéndose a un cuento de hadas, suena más lógica, más posible, y entonces duele más en el estómago de los hambrientos, que buscan (y creen encontrar) remedio en la misma droga que causa ese dolor…
"Para ti soy ateo. Para Dios, la oposición." (Woody Allen)
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