..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Balance

Vivo un presente que amerita ser etiquetado como “de mierda”, pero sólo en lo que tiene que ver con el dinero. Puedo decir, exagerando, que está todo mal, porque dentro de un orden en que los individuos somos esclavos de un sistema económico (esclavos parias o esclavos VIP, pero esclavos al fin), sin dinero para acceder a bienes de consumo se la pasa mal. Puedo quejarme, putear, llorar mi jodida suerte, y no mucho más: sin poder económico, se puede muy poco… Sin embargo, si me ofrecieran resetear mi vida, barajar y dar de nuevo, elegir otra vida… no es mucho lo que cambiaría: básicamente mi vida es la que tomé, la que quiero y la que volvería a elegir, con apenas algunos ajustes en el plano material. El dónde/cómo/con quién estaría bien así, con esos leves cambios en el bolsillo.
Pero voy a ser más específico. Empecemos por el dónde. La verdad es que Jujuy me tiene un poco podrido. Llevo casi veinte años viviendo acá, y aunque no diría que me siento invadido por una compulsión de fuga, no me disgustaría que un cambio sanador del contexto general se diera en otro lado. Supongo que mi incomodidad con el lugar tiene que ver con que esta ciudad es como un símbolo de la malaria actual, y si pasara esa malaria, seguramente desaparecería la incomodidad. Pero mi mujer y mi hija porteña también están podridas de Jujuy, y a partir de eso, digo que me gustaría que nos pudiéramos ir a la mierda. No a Buenos Aires, pero sí a algún lugar copado. Si pienso en una vida ideal para mí, esa vida es fundamentalmente indoor, porque no me gustan ni las calles ni la gente, soy un ermitaño feliz dentro de mi casa, y entonces me daría lo mismo vivir en Bogotá, New York o Caleta Olivia. Pero por mis hijos preferiría un lugar con más vida y alternativas que Jujuy, ya que acá no pasa nada, nada de nada. Sigo con el cómo. Mi vida ideal sería muy parecida a esta, pero sin apuros económicos. Que no sobre nada, pero que tampoco falte. Soy un ser bastante austero, sin ambiciones exageradas: me basta con lo necesario para pagar los gastos fijos y que aun así en mi casa se coma bien. Puedo vivir sin un plasma, sin una computadora que sea el último grito de la tecnología, sin un auto de alta gama (si me apuran hasta diría sin un auto), sin aire acondicionado, sin tomar Chiva’s ni fumar Parisiennes, sin ir a comer a restaurantes caros, sin frecuentar shoppings. Si me tengo que ir de este planeta sin haber pisado Europa, la India, el Caribe o Brasil… me chupa un huevo, no tengo fantasías de viajero. Nunca me interesó tener un guardarropa de marcas exclusivas, ni me atraen la mayoría de las banalidades con que el ciclón consumista arrasa continuamente. Mis hábitos son relativamente frugales. Tengo algunos vicios menores, pero ninguno caro. Estoy naturalmente a salvo de la vorágine capitalista, especialmente en lo que a apariencias se refiere: no me interesa simular nada irreal, no invierto en la imagen ni pretendo cagar más arriba del culo. Hace más de veinte años que vivo con la misma mujer, la sigo amando, y me basta: no necesito un presupuesto aparte para joda y/o sex merchandising (putas incluidas). Como ya me metí en el terreno del con quién, sigo por ahí. Obviamente amo a mis hijos y no podría vivir sin ellos, no tan obviamente amo a mi mujer y no podría vivir sin ella.
Resumiendo, si pudiera elegir algo diferente de esto, sería algo no muy diferente. Me gusta levantarme temprano en tiempo de clases para llevar a mi hijo al colegio en auto, y volver con facturas para tomar mate con mi mujer. Me gusta ir al super a hacer las compras, y después hacer tiempo en la compu hasta la hora de ir a buscar a mi hijo al colegio, y a la siesta subir al dormitorio y echarme en la cama a mirar tevé, o dormirme si Morfeo así lo decide. Me gusta poner música abajo a la hora del mate de la tarde con mi mujer,
y después sentarme frente a esta máquina del demonio. Después cenar en casa, una buena picada, o sándwiches, o delivery de pizza, o bajar al centro a comer en algún lugar agradable. Una vida no muy diferente a la que llevaba en la época de La Paulina, pero para alcanzar el estado ideal eso debiera ser posible sin tener que laburar las veinticinco horas semanales que La Paulina me demandaba: así, cartón lleno…

Gus

lunes, 3 de noviembre de 2008

Historia de guitarras…

…que a nadie interesa, pero esto es mi chiquero y acá hago lo que se me canta: es tan poco lo que puedo fuera de este espacio, que no pienso pedir permisos ni privarme de desatinos en Nebuland, carajo (carajo así nomás, sin ¡!: no tengo fuerza para ser enfático).
El bordó no me gusta en general, pero me desagrada particularmente para autos y guitarras. Sin embargo, seguramente por no haber podido elegir, las dos guitarras eléctricas que tuve en esta vida fueron de ese color, o casi.
La primera fue una Faim Les Paul que me compró mi viejo en el ’73, cuando empecé a tocar. Aunque en aquel entonces había cosas peores (Kuc, Fratti, etc.), la Faim era un palo de bajo nivel, berreta hasta para principiantes. Pero el cuero no daba para más, y entonces fue mejor que nada. Recuerdo que quería una Les Paul (era devoto de la Gibson Les Paul), negra. Pero cuando fui con mi viejo a Daiam no había negra: había una Faim Les Paul color tinto a buen precio, y seguramente la ansiedad me convenció, más vale bordó en mano, iá, que negra el mes que viene.
Aunque esa guitarra me quedó chica muy pronto (dicho esto desde la más absoluta modestia), tuve que padecerla por… ¡diez años! Diez años que podrían haber sido más si no hubiese tomado la drástica decisión de vender la malla de oro del Girard Perregaux heredado de mi abuelo Luis, el yourugua. Fue en el ’83. Poco antes había aparecido en Buenos Aires una marca nueva (Ibanez) que parecía de primera, y como era bastante más accesible que Gibson y Fender… Pero los 30 gramos de oro no alcanzaban para un modelo top, así que decidí comprarme una Ibanez de gama media. La línea Performer era casi Les Paul: apenas unos pocos detalles de la forma y la parte del clavijero la diferenciaban, y la hacían más bella que la Gibson. Había visto una negra con harware plateado que me gustaba, y en Blue’s había una color cherry con metales dorados, muy linda, pero era la versión top del modelo, y costaba mucho más que 30 mogras de oro. Entonces decidí ir a Manny’s en busca de la que estaba a mi alcance, la negra (que por negra me gustaba más). Pero
en Manny's tampoco había negra: sólo había una color cherry muuuy parecida a la de Blue’s que costaba muchísimo menos que en Blue's (¡¿?!). Me acompañaron Dill & Guido, testigos de uno de mis primeros lucky strikes grosos en esta vida. La probé, me gustó, how much?, un millón novecientos cincuenta mil vaya uno a saber qué. Me dijeron que era una PF 150, el modelo más barato de la línea Performer. Así fue que otra vez terminé por el lado del bordó, sin querer: la guitarra era un avión, y la terminación superaba en calidad a las Gibson de esa época. Habría podido seguir buscando en otro lado, pero algo me decía que el color no era una razón que justificara pasar de largo, porque esa era la guitarra… Además de tener una apariencia impresionante, con mejor terminación que la negra, el color cherry oscuro brillante de la pintura dejando traslucir las vetas de la madera, combinado con el dorado de los micrófonos, puentes y clavijero, le daban un toque de belleza especial… Esto pasó hace mucho tiempo, y ahora me doy cuenta de que lo estoy contando para el culo, porque en realidad mientras la probaba ya me había dado cuenta de que algo raro pasaba, y por eso la toqué apenas unos segundos y dije me la llevo. También me compré un pedal (compresor), pero sin probarlo: en ese momento solo quería pagar y salir corriendo, antes de que se avivaran del error. En la factura decía Ibanez PF 150, pero… Salimos de Manny’s, yo con mi nueva guitarra en la mano, y nos mandamos a Blue’s. Estaba loco: entré, puse el estuche sobre el mostrador, lo abrí y le pregunté a Onorato (el hermano de Cacho de Daiam) qué modelo era esa viola. “PF 350”, me respondió. Necesitaba que me lo confirmaran porque no podía creer lo que había pasado. Le pregunté si era el mismo modelo de la que estaba en la vidriera, y me dijo que sí. Le pregunté cuanto costaba, y me dijo que tres millones… y yo no entendía nada: los de Manny’s se habían confundido a mi favor, había tenido un culo difícil de creer.
Muchos años después dije (y lo sostengo) que esa guita hubiera estado mejor invertida si la gastaba en los burdelitos a los que íbamos con el Negro Omar a beber whisky. Aunque no estuviera solo (ya andaba la criatura por ahí), aunque más que putas necesitara darme el gusto de no morirme sin haber tenido una buena guitarra, habría disfrutado más la malla del reloj de mi abuelo en los puteros. Pero eso no viene al caso ahora: estoy hablando de guitarras, y no de mis desengaños de guitarrista malogrado.
Bueno, tuve la Ibanez, la disfruté (o no) 13 o 14 años, y la vendí en Buenos Aires cuando llegó el momento. Así que a esa seguro que no la veo más. Pero la primera, la Faim… En el ’93 se la vendí a Viracocha. Viracocha estudiaba en Córdoba. En Córdoba, tiempo después, fue a parar a manos de Happy (no se si en carácter de venta o de préstamo seguido de afano). Happy es amigo mío. El sábado pasado vino a casa. Estábamos tomando mate cuando Silvia le preguntó si estaba tocando. Happy dijo que no. Le pregunté si tenía el bajo, y me respondió que si, pero que para tocar en casa, solo, el bajo no le atraía demasiado, y prefería tocar la guitarra. Le pregunté si tenía guitarra eléctrica, pensando en ir algún día a grabar con tracción a sangre algún solo en alguno de los engendros que compongo con el Guitar Pro, y me sorprendió: además de una viola azul que se compró alguna vez en Córdoba, tiene otra prestada y también… ¡¡¡mi vieja Faim Les Paul color totín!!!

Gus