..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

martes, 27 de enero de 2009

Cuentos de terror

Voy a obviar los detalles épicos: algunos no podría recordarlos aunque quisiera, y otros prefiero olvidarlos. Sólo me propongo hacer una reseña macabra, narrando esas pequeñas historias en las que fui presa de miedo extremo cercano al terror.

Acá todo pasa
Atardecer de un día de semana de… 1976 (¿o ’77?). Héctor, Fino y yo caminábamos por la Av. Corrientes. De repente se detiene frente a nosotros un Torino marrón (como para romper la rutina de los Falcon verdes, vió?). Eran cuatro. Los dos que iban en el asiento trasero se bajaron, y nos invitaron a subir. Sin decir nada, el conductor arrancó y siguió derecho hacia el Bajo, echando putas. El otro, una alimaña repugnante, empezó a hablar, pero no nos informaba a dónde íbamos (ni por qué: en esos tiempos no existían derechos básicos, como el de no ser privado de la libertad sin razón alguna). El chabón era irónico y hacía gala de un humor bastante denso, pero no preguntaba mucho: estaba claro que el interrogatorio vendría después, indoor. Sin embargo no paró de hablar en todo el trayecto, y entonces nos fuimos enterando de los por qué de la detención. Lo que les disgustó en cuanto nos vieron fue el largo de mi cabello y la musculosa de Fino. Primero, dirigiéndose a mí, mandó una que lo resumía todo: “flaco… ¿por qué tenés el pelo así, sos boludo?, si no te lo cortás te vamos a llevar a cada rato.” Después lo miró a Fino con asco (la cana del Proceso tendía a pensar que era puto), le dijo algo sobre la remera (musculosa y de colores), y dirigiéndose a ambos (Fino & me), mandó un resumen de la doctrina castrense: “¿no saben que el General Videla dijo que a la Junta no le gustan esas cosas?” (SIC, lo recuerdo como si lo estuviera oyendo). Tras esa frasecita, lo miró a Héctor y le dijo “y vos sos un pelotudo por andar con estos dos, te la estás comiendo de arriba”. Al llegar a Eduardo Madero, el silencioso conductor dobló a la derecha, siguió unas cuadras a alta velocidad, y recién cuando llegamos a destino nos enteramos de que se trataba de la Brigada de Toxicomanía. Tras un ingreso bastante irregular si lo comparamos el procedimiento de rutina en comisarías de la Federal (ya que no nos revisaron ni nos despojaron de pertenencias, ni de cinturones y cordones de zapatillas), nos tuvieron guardados cerca de seis horas en una habitación mugrienta, separada por un delgado tabique de otra más grande en la que había unos veinte detenidos más, hombres y mujeres, todos jóvenes, la mayoría de aspecto rocker o hippón. De más está decir que la pasamos bastante mal. Escuchábamos que iban llegando más detenidos, y no entendíamos por qué los dejaban afuera: los únicos aislados éramos nosotros… El lugar era sórdido al mango, re pesado. No nos pegaron, pero entre insultos y burlas también recibimos amenazas, y no solo de palabra: en un momento entró uno con look para nada policíaco (pelo tirando a largo, aro en una oreja) y empezó a amagar patadas y otras figuras de arte marcial. Lo peor fue cuando nos sacaron del privado para llevarnos al piso de arriba para interrogarnos individualmente y por separado: guiándonos hacia el lado de la salida, el hijo de puta dijo “vamos mierda, ahora se van a ir…”, pero al llegar al pie de una escalera soltó una carcajada y agregó, gritando como energúmeno, “se van a ir en sangre, porque los vamos a reventar….” Arriba, uno que parecía ser el jefe, secundado por dos o tres monos, todos camuflados como para no parecer ratis en la vía pública, preguntó, amenazó, insultó, y ordenó “que los lleven abajo, ya veremos que hacemos”. Volvimos a ese cuarto siniestro, en el que solo había una heladera vieja desenchufada, un slip manchado tirado en el piso sucio, y un graffiti de mensaje ambiguo y poco alentador: “ACÁ TODO PASA”. Al cabo de unas horas se abrió la puerta, y el bastardo se sorprendió de vernos ahí, “che ¿y esto?”, gritó dirigiéndose a alguien que, evidentemente, debió haber decidido nuestra suerte un rato antes. “UUUh, me olvidé, traélos”, respondió una voz desde lejos. En la oficina de guardia, prodigándonos más insultos, nos hicieron firmar en un libro gordo, seguramente de registro, y nos despidieron con un “vamos, vamos, salgan rápido antes de que me arrepienta.”

Violencia en el parque
Otra. Tarde del ’76. Parque Pereyra, Barracas. Eramos varios y estábamos sentados sobre el pasto, cerca del “lago”. No recuerdo si estaban Gabriela y Miriam (creo que si). De repente vemos que un patrullero de la Federal se mete dentro del parque y enfila derecho hacia nosotros. “Documentos”, la huevada de siempre, y “vos vení” (“vos” era yo). Creo que nunca tuve tanto miedo. Me llevaron solo, a pasear en patrullero. Fue un largo interrogatorio ambulante: media hora dando vueltas (media hora que en tal situación se hace eterna), primero por Barracas, después por el puerto de La Boca. Las preguntas eran puntuales, el tema era drogas. Yo les decía que no sabía nada de nada, pero mi respuesta no les cabía, insistían y amenazaban constantemente, seguían apretando y se me cagaban de risa, “flaco… en la Facultad de Ingeniería hay falopa, y vos pretendés que te crea que no conocés a nadie ni sabés nada…” En un momento se detuvieron frente a una casa vieja en La Boca, como insinuando que me iban a llevar adentro, y uno (el más mal parido) me dijo “mirá pibe, no seas pelotudo, no te hagas golpear al pedo, decí todo lo que sepas y te vas”. Estaba re cagado, de repente lo trataba de usted, de repente lo tuteaba, “mirá, te estoy diciendo la verdad, no ando en nada ni conozco a nadie que ande en nada”. Al final parece que lo convencí: arrancaron, y a las pocas cuadras me liberaron, no sin antes prometer que “nos volveremos a ver”…

Celulares eran los de antes
Una noche del '76 (o '77) frente al obelisco tuve bastante miedo. La cosa duró poco, y resultó más leve de lo esperado por como pintaba, pero igual fue desagradable. Creo que estábamos los del grupo… “de los seis”. Paró un celular (mal indicio), y nos hicieron subir. No pasó nada, apenas un par de preguntas y fuera. Pero eran muy agresivos, violentos y amenazantes. Creo recordar algún sopapo, pero a un desconocido que estaba en el camión cuando subí.

Sunday night fever
Tenía 20 pelotudos años en 1978. Poco después del mundial, madrugada de un lunes, salida de Lagar del Virrey, dancing de Recoleta (o por ahí). Eramos Fino, un tal Charly (el pelado, amigo de Mariel) y yo. Treinta años después, no encuentro una puta razón para haber estado ahí esa noche: nunca me gustaron los boliches, y en esa época menos. Supongo que fui porque estaba medio regado: el domingo a la tarde había tomado whisky en una confitería de Primera Junta (no pregunten, no importa). Después, ya chupado, me mandé a la casa de Mariel. Al rato apareció Fino, y se empezó a tejer la telaraña. No estaba en mis planes ir a ese lugar de mierda, pero creo que Mariel y una tal Graciela (a.k.a. "el Ratón", según Pablo el Cordobés después de que lo cagara una noche, haciéndolo ir al pedo a un boliche) insistieron. Fino se entusiasmó con la idea (le gustaba bailar), y rompió las bolas para que le hiciera gamba. Then, alpedísimo como tantas veces, transé y fui. Descarto la suposición de que me movieran intenciones de algo con la chica esa, porque estaba borracho pero sabía con qué buey araba: en un boliche yo jugaba de visitante, sapo de otro pozo, no tenía plata ni auto... and so mis chances eran nulas. Una vez adentro, para soportar el lugar y la situación, me chupé mal, whisky con vodka y Gancia, y obviamente terminé en un pedo más o menos importante. Recuerdo que en un momento me sentí muy mal, destruido, y casi me desmayo: todo daba vueltas en sincronía con las bolas de cristales del techo, se me nubló la vista (o veía el mundo del color de las luces negras), y tuve que apoyarme contra una pared para no caer. Pero enseguida controlé ese estado desagradable, me recuperé, y seguí tomando. Mariel y su amiga, vaya uno a saber dónde estaban. Fino… con el pelado. Y yo deambulaba solo por ahí, aturdido. Me sentía una porquería imposible. Daba vueltas sin saber dónde ubicarme, y de repente estaba hablando con una niña que me puso el índice en el pecho y se ofreció a... ayudarme (¿¿¿???), pero de pronto mandó algo así como "estás mejor... vamos a bailar", y yo no estaba mejor un carajo, "no pendeja, vos sos una... traidora, y yo... yo..." yo nada, no me salían las palabras y me fui al carajo (era muy linda pero algo me asustó).
Al final de una noche para el olvido, salimos del antro y Fino le hizo señas a un taxi que pudo haber sido nuestra salvación. Pero no, el puto de mierda no paró, y años después todavía lo seguiría maldiciendo. Caminamos una cuadra hacia la Av. Las Heras, llegamos a la esquina, y ahí nos alcanzaron los muchachos de traje (onda “cieguitos” de los Twist) que habían salido del boliche detrás de nosotros, y creo que corrieron para no perdernos. Yo estaba muy en péu y no sentí miedo en ese momento. Nos pararon, nos revisaron minuciosamente (hasta las zapatillas), y… nada, lo mismo de siempre. A mí no me daban mucha bola, la cosa era con los otros dos. Supongo que al no haberme visto en movimientos sospechosos adentro, decretaron que yo estaba mamado y nada más. Me preguntaban si Fino era puto (en esa época hacer del propio culo un pito era delito, atentaba contra la moral y las buenas costumbres), y querían saber “quién trajo la falopa”. Yo había estado toda la noche en la mía, sin saber qué hacía Fino, y la verdad es que no entendía de qué hablaban esos canas parásitos. Pero ante tanta insistencia, me acordé de un maneje entre Fino y el pelado en el baño… y me empecé a preocupar, porque pasaban los minutos y los tipos seguían ahí, presionando. Al final, antes de dejarnos ir, nos secuestraron los cigarrillos al pelado y a mí, diciendo que los iban a analizar en el laboratorio (hijos de puta, fumaban de arriba), y lo peor de todo: anotaron las respectivas direcciones (a mí me incautaron una tarjeta personal). Esto último me mató: por un par de años no pude dejar de pensar que esos soretes tenían mi dirección como dato obtenido en un procedimiento.
Obviamente los tipos no eran idiotas: Fino y el pelado habían estado haciendo intercambio farmacológico en el baño, pero como seguramente no querían armar bardo dentro del boliche, nos siguieron a la salida.

La paz sea con vosotros
La noche del ’77 que nos llevaron a pie de La Paz a la 5º no fue agradable, pero la verdad es que no sentí más miedo que el mínimo razonable. Eran canas de civil, pero de una nos llevaron a una comisaría, y en cuanto entramos presentí que se trataba de una racia de rutina con fines de identificación, y nada más: no parecía haber peligro. El hecho de que nos alojaran en un calabozo con borrachos, cirujas y otros perejiles como nosotros lo confirmaba.
No me parece justo pasar facturas, porque todos lo que la vivimos sabemos que en esa época te encanaban sin razón, simplemente porque no les gustaba tu cara o porque tenían que cumplir con un cupo de detenciones por día, pero... el cordobés, violento por naturaleza, se zarpó innecesariamente. Paso a relatar. Cuando entramos al bar La Paz, había un operativo. Eran canas de civil, y por eso no nos avivamos antes. Uno le puso la mano en el pecho a Pablo, para que se detuviera, y el boludo se la sacó con un golpe. Ahí cagamos, marchen presos...
La nota graciosa estuvo a cargo de Pete (el amigo de Hector que era un clon de Pete Townsend, de los Who): en el calabozo no había baño, y cuando le dieron ganas, gritaba por la ventanita de la puerta "¡sargento, mear!"
No tiene nada que ver con el terror, pero quiero decir que esa tarde me había comprado Romantic Warrior, que era nuevo…

Tuve miedo todas y cada una de las veces que nos pararon por la calle en aquellos tiempos duros. Sabía una parte de lo que estaba pasando, y sospechaba la otra. Pero uno se acostumbra a casi todo. Que rompieran las pelotas era cosa de todos los días, y entonces lo empecé a tomar con cierta naturalidad. La experiencia me enseñó que cuando te pedían documentos, por lo general te terminaban dejando ir, ya que si tenían otras intenciones les importaban tres carajos los documentos: te levantaban de una y te llevaban (la noche de La Paz fue una excepción: nos pidieron los documentos y los retuvieron mientras nos arriaban caminando hasta la dependencia policial, seguramente para evitar que alguno se les perdiera por el camino).
Yo, como muchos de los que no la pasaron peor, la pasé bastante mal durante la dictadura. Pero parece que esos señores nunca me vieron cara de peligroso, porque jamás me interrogaron acerca de cuestiones más densas: siempre jodían con la facha, el pelo, las drogas… Por suerte.
No estaría completa una reseña de los más grandes miedos en mi vida si pasara por alto los que sufrí cuando parecía que se iba a pudrir todo con Chile (por esas islas de mierda), y durante la guerra de Malvinas. Aunque no se por qué, tuve mucho más miedo ante la posibilidad de una guerra con los chilenos que cuando el maldito alcohólico tomó las Malvinas. Estaba aterrado, ya que a pesar de no tener instrucción militar, mi edad era la de ir al frente llegado el caso. Pensé en huir a la Banda Oriental, o conseguir que me internaran en el Borda, y no habría dudado en hacerme romper el culo si eso me hubiera garantizado ser descartado por el ejército como eventual efectivo de reserva. En cambio cuando comenzó lo de las Malvinas, no tuve tanto miedo: sabía que tras la ocupación de las islas, el conflicto habría de durar lo que tardara en llegar la flota inglesa para recuperarlas, y en ningún momento pensé en una guerra larga que demandara al Ejército Argentino la incorporación de reservistas con una mínima instrucción de emergencia.

Después, ya en democracia o casi, viví tres situaciones de mucha tensión gracias a Gillian. Seguramente no corrí ni ahí el riesgo que años antes conllevaba una simple detención de rutina policial, pero igual sentí un terror paralizante: tal vez no me fueran a "desaparecer", pero pude haber quedado pegado por consumo y portación de bonitas flores verdes.
Va la primera. Aun sabiendo que a mí me ponía de la nuca, Gillian tenía la puta costumbre de armar en el auto. Jamás pude conseguir que dejara el pedazo en su casa y llevara sólo uno o dos fasos armados. Creo que la guacha me lo hacía a propósito, sacaba el envoltorio y se ponía a armar en cualquier parte, en pleno centro por ejemplo, mientras yo manejaba. La noche en cuestión íbamos por Brasil (creo) hacia el Bajo. Al llegar a Ing. Huergo doblé y… toda la cana toda, cortando la avenida y parando autos, bruto operativo y nosotros… fumando, Gillian con la pelota de papel de diario todavía en la mano, clavándose una seca, y en el auto una baranda... En un instante pasaron mil cosas por mi cabeza, me sentí paralizado por el miedo. Supongo que me habré puesto blanco, o verde, o no sé de qué color. "Dame el faso", le dije, y sólo atiné a tratar de morfármelo… pero no pude: era muy gordo (her style) y mi garganta se cerró. Fue terrible. No me quemé, porque al metérmelo en la boca lo apagué al toque con la saliva, pero al intentar tragarlo… no pasó. Fueron apenas unos segundos, pero me pareció una eternidad. Con el charuto dentro de la boca, puse cara de “ni se les ocurra romperme las pelotas, voy en un Falcon blanco”, miré a los canas y esquivé lentamente pero con decisión todos los patrulleros dispuestos en laberinto sobre la avenida. Zafamos, no me pararon. Pocos metros después miré por el espejo retrovisor para asegurarme de que el milagro había sucedido, y “¡concha de tu madre, retardada mental, te tendría que cagar a piñas por imbécil!”, pero no way, se reía, sólo se cagaba de risa… “no loco, vos no creés en mí, ya te dije que conmigo no tenés que tener miedo”, y seguía riéndose.
Otra. Habíamos salido con Sergio Astarita (RIP). Recuerdo que esa noche no tenía ganas de manejar, y le di la llave del auto a Sergio, “manejá vos”. Sólo una difusa imagen del abrigo de Sergio (un sobretodo tal vez) me revela que hacía frío: había estado en cana poco antes, por incidentes con sustancias ilícitas, y para caretear se vestía como un gentleman. Fuimos a un pub nuevo que había en la Boca. Creo que Sergio era uno de los socios, pero no estoy seguro: solo sé que los dueños eran conocidos. De repente entra la yuta, con malas intenciones: se encienden las luces y empiezan a pedir documentos. Yo no debí haberme alterado, porque no estaba en falta alguna, ni siquiera había tomado alcohol… Pero enseguida caí en la cuenta de un par de situaciones… por lo menos comprometedoras. Uno, había dejado los documentos en el auto, y la llave la tenía Sergio. Dos, Gillian andaba como siempre con el mazapán encima. Por suerte no pasó ná: después de molestar un rato a los portadores de las caras más sospechosas, se fueron sin reparar en nosotros.
La última. No se cómo ni porqué, una noche quedé estacionado a una cuadra de la Plaza Matheu (La Boca), con un desconocido atrás. Gillian, que iba adelante conmigo, se había bajado con un pibe del barrio para encarar la placita, donde estaban los dealers pendejos de la barra brava de Boca, y el otro quedó sentado en el asiento trasero. De repente veo que se aproxima un patrullero, que pasa muy despacio por al lado de mi auto, que para adelante y se bajan… Yo no sabía qué carajo decir, inventé cualquiera, pero ni siquiera sabía el nombre de mi acompañante (una de las preguntas clásicas en tales situaciones era "¿cómo se llama el señor, de dónde lo conoce?"). Estar estacionado en una oscura calle de La Boca a las doce de la noche con un desconocido ya era sospechoso de por sí, pero lo que más me preocupaba era que justo aparecieran Gillian y el otro con la reciente compra… Obviamente no iban a ser tan pelotudos de encarar derecho hacia auto viendo que estábamos en plena tertulia con los amigos azules, pero tratándose de Gillian… cualquier delirio era posible: una noche se fue de compra a una villa cerca del Camino Negro, sola, y como no pasaba ningún colectivo hacia el centro… hizo parar a un móvil de prefectura y les pidió que la llevaran, “vengo de estudiar con una compañera de la facultad, no pasan colectivos ni taxis, este lugar es muy feo y me da miedo…” La acercaron hasta el centro, ella con su pedazo en la cartera, muy entretenida charlando con los milicos… ¿Sentiende?
Gus

lunes, 26 de enero de 2009

Spinetta: yo elijo, vos ve...

Esto puede parecer una selección tipo The Best of... pero en realidad no lo es. Se trata simplemente de un compilado de los temas del Flaco que a mí más me gustan. Esos temas que siempre me volaron la cabeza y aun hoy me siguen matando. Me podrán decir que omití tal o cual canción... infaltable, y yo pacientemente explicaré una y otra vez que no, que a lo sumo puede perturbarme un poco haber tenido que dejar afuera Irregular (de Invisible), Fermín (Almendra), Mi espíritu se fue (Pescado), Alma de diamante (Jade) y algún otro de los temas que a último momento tuve que quitar de la lista, sólo porque decidí que mi selección personal debía caber más o menos ajustadamente en dos CD de audio, por si alguien prefiere ese formato.

Si hacés clic en esta imagen, se agranda. Los links para descargar este primer discos son:

viernes, 23 de enero de 2009

¡Feliz cumple, Flaco! (Dill)


Nunca me oíste en tiempo


Que sombra extraña,

en tus ojos,

no sé que hago,

aquí en el sol...

siento esta memoria,

no sé qué dice...

Que extraña niebla,

en tu ojos,

ya no recuerdo,

los tiempos idos,

pero que extraña niebla...

Y en el diluvio tal vez,

me acercaré,

seré la lluvia,

que todo lo cambiará...

Nunca me oíste en tiempo...

siempre tuvíste miedo...

y solo había gramilla...

solo una idea,

y nada más...

Que lento sueño,

tu supuesto sueño,

que largo día,

hasta llegar aquí,

perdíste tiempo,

como la noche,

yo mañana vuelvo...

Que inmenso mundo,

si supieras,

te esperaría aquí,

en el sol pero que lenta calle...

Y en el diluvio,

tal vez me acercaré,

seré como la lluvia,

que todo transformará...

Nunca me oíste en tiempo,

nunca me oíste en tiempo...

siempre tuvíste un poco de miedo...

pero ahora estás a tiempo...

(escucha)
Dill

miércoles, 21 de enero de 2009

¿Disfraz?

Para G

Julio Cortázar decía algo así como que había que crecer pero sin dejar de escuchar al niño que fuimos (y no sé por qué empariento esa manera de pensar a la frase del Che que decía que había que endurecerse sin perder la ternura jamás). Como en otros aspectos de la vida pienso que lo anterior puede, de alguna manera, alentarse, "trabajarse" o al menos intentarse, pero en definitiva creo que es algo que se tiene o no. Digo: el niño que fuimos, el adolescente que nos habitó, estará más cerca o más lejos de estos adultos en los que nos hemos convertido debido más que nada a aquellos azares que conformaron nuestra personalidad y nada más (al menos hasta que algún científico malhumorado "descubra" que hay un gen que en algunos impulsa a ese niño-adolescente para que intente asomar sus travesuras a través de nuestros ojos de hombre). Mientras tanto doy gracias al espíritu que las merezca por tener siempre al alcance de mi mirada a ese infante que no me tira piedras sino que me convida a estar con él , a ese jóven que no deja de tener veinte años y todos los deseos del mundo y me dice "soñemos" y no "viejo de mierda". Algunos juegos de la infancia prefiguran al adulto que seremos: no puedo olvidar una fotografía (que aún conservo) de unos carnavales de cuando tenía diez años. Estamos con los pibes del barrio disfrazados mirando de costado ya que el sol de la tarde nos hería los ojos en aquella calle de Lanús: mi hermano de payaso, Miguel de espantapájaros, uno se había pintado con corcho quemado la cara y decia que él era un Negro y otro era un fantasma de clásica sábana agujereada en los ojos. Yo me había pintado, también con corcho, una barba y unos bigotes, había conseguido una camiseta media rota, había recortado unos "vaqueros" que ya no usaba y dejado las hilachas colgantes y me había puesto mis zapatillas Flecha. Hasta aquí imposible descifrar de qué corno estaba yo disfrazado. Pero éso lo resolví escribiendo en la camiseta con carbón y trazos gruesos y en diagonal hacia abajo la palabra que le daba nombre a mi disfraz y a lo que yo quería ser: yo escribí con temblorosas letras en el pecho de esa camiseta la palabra "Hippie". Eso quería ser yo a los diez años (pleno auge del hippismo -y de mi infancia-). Y estoy orgulloso de ese disfraz (de ese deseo temprano). Porque "Hippie" en mi mente infantil quería decir libertad, cosas espirituales, música, cagarse en los convencionalismos, amor, juegos y risas que esos grandotes, esos "viejos" de veinte, treinta, ostentaban con alegría en el barro de Woodstock. No se parecían a esos otros "viejos" a los que les gustaba vestirse de traje y corbata, que se habían olvidado de jugar, que estaban todo el tiempo con la seriedad de los serios, que buscaban tener cada vez más dinero y más cosas y que ya nunca más iban a abrir la puerta para encontrar maravillas en el país de Alicia. Mantener el niño cerca de nuestra carne que va conociendo las pequeñas y tenaces arrugas y canas me parece que hace la vida más apetecible. No he cambiado mucho desde mi adolescencia, he tratado de mejorar lo mejorable y no empeorar lo empeorable, me llena la vida la música y trato de abrir siempre la mejor puerta que existe y que se llama fantasía: allí no hay juegos prohibidos para ningún cincuentón. Sigo teniendo los mismos ideales y casi los mismos poquísimos amigos de entonces. No alejarse del niño que fuimos y seguir pensando como Spinetta: que "Dios es un mundo en el que amar es la eternidad que uno busca" son dos de mis banderas más queridas. Yo todavía soy aquél disfrazado de hippie. Quizás sea ése el logro más importante de mi vida de "adulto" y eso, aunque no me haya costado ningún esfuerzo, me enorgullece.

Dill

domingo, 11 de enero de 2009

Crónica de una tormenta

No podría precisar en qué momento se empezó a nublar. Algún viento del 2003 trajo los primeros grises que habrían de sacudir la calma celeste de mi cielo. Al principio, lo único grave eran los presagios de peoría: el sol todavía brillaba, y no parecía imposible eso que aun sigo pensando que pude haber evitado. Pero ahora.. no tiene sentido conjeturar sobre el derramamiento, ahora sólo queda llorar sobre la leche volcada: la tormenta llegó, y parece no tener fin.
Una tormenta es una tormenta, y los lectores optimistas de la realidad dicen que siempre que llovió paró, pero yo.. no pudiendo por naturaleza ser optimista, me reservo el derecho al pesimismo tras las conclusiones razonables que una mente lógica elabora a la luz de la evidencia. Sé que toda lluvia para; pero más allá de la duración de la tormenta, no puedo concentrarme en buenos augurios, sino más bien en la evaluación de los daños. Hay lluvias y lluvias, no son todas iguales. Algunas causan estragos, inundan, destruyen, matan.. Esta parece ser de las peores: si no me ahogo, habrá tanto que reconstruir..
Antes de la aparición de las primeras nubes, mi vida era.. fácil (fácil = tranquila y cómoda). Después, cuando se empezó a nublar, todo seguía siendo relativamente liviano, pero ya con ciertas limitaciones: la tranquilidad comenzaba a derrumbarse.
No puedo ver al trabajo de otra manera que como una forma de esclavitud. Tal vez una esclavitud moderna, camuflada, disfrazada de libertad, en la que el amo no es una entidad personal sino una abstracción.. pero esclavitud al fin. Desde esa óptica, diría que el laburo que perdí hace poco más de dos años era una esclavitud bastante libre. Como de puta VIP, digámos.
Pero antes de seguir, vuelvo un poco hacia atrás. El intrigante y largamente esperado año 2000 llegó, y me encontró al volante de un cochino taxi. Sin embargo todo parecía sugerir que, milagrosamente, mi vida entraba en una dimensión de cambios radicales, para bien. Gracias a una serie de casualidades que signaron mi estrella, en abril empecé a trabajar para una empresa de una provincia vecina, representante de otra empresa mayor, líder en el mercado de los lácteos. En mayo, cuando llegó mi hijo, yo ya era vendedor de la marca en Jujuy. Si tenemos en cuenta que no era fácil para un inútil de 42 años conseguir un trabajo bueno y seguro en este país reventado, supongo que cabía decir que mi suerte fue más que buena. Todo se solucionaba, y en los años de relativa prosperidad que siguieron, llegué a creer que me habría de jubilar en las mismas condiciones, llegado el momento..
Tiempo después, cuando algunas manchas sugestivamente negras empezaron a aparecer en el horizonte para alterar la calma, llegué a la conclusión de que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. Antes del 2000, yo deseaba tener un laburo como el de mi cuñado, y cuando él cayó en desgracia, dos años antes que yo, temí seguir corriendo su misma suerte: todo hacía prever que difícilmente pudiera soportar los embates de la crisis post Mendez.
Los primeros años estaba todo bien. Hasta podría decir que en un país en reversa para los laburantes en general, yo gozaba de una situación privilegiada.
Teniendo en cuenta mis hábitos austeros y mi medida ambición, mi vida era tranquila y cómoda (fácil, por propia definición). Los dos parámetros a considerar funcionaban a la perfección, y en equilibrio: las condiciones de mi actividad eran totalmente soportables, y ganaba lo suficiente para no tener ningún tipo de sobresalto en el bolsillo. Dicho de otra manera, el laburo no me atormentaba, no me resultaba insoportable, y ganaba bien. No tener que cumplir horarios era una bendición parecida a la libertad. No tener que madrugar, ni justificar nada, ni dar explicaciones que nadie me pedía, eran detalles no menores. Yo tenía que vender, cobrar y depositar la guita, y mientras el objetivo se cumpliera, nadie me jodía. Obviamente no me levantaba muy temprano (las 9:30 era una hora razonable para tomar unos mates con mi mujer antes de salir a la calle), ni trabajaba los fines de semana (ni los feriados): normalmente, los viernes al mediodía terminaba mi semana laboral, hasta el lunes a la tarde. Le dedicaba al trabajo un promedio de cinco horas diarias, movilizándome en mi auto, y con eso alcanzaba. No ganaba guasadas, pero mis ingresos superaban ampliamente los promedios de la gran mayoría. Otra buena era que no tenía que esperar a fin de mes para cobrar: diariamente tomaba las comisiones que me correspondían, y también podía disponer de adelantos semanales de hasta doscientos mangos sin pedir autorización (y en este punto aparece el arma de doble filo, el tiro que terminó saliendo por la culata cuando la mano se puso pesada). Estaba en blanco, todo legal, y por mucho tiempo mi relación personal con el dueño del circo (the boss) fue lo suficientemente buena como para que llegara hasta a ofrecerme dinero para cambiar el auto.. No tenía deudas, pagaba todo en tiempo y forma, vivíamos bien, comíamos y chupábamos lo que nos diera la gana cuando nos diera la gana, delivery de pizza un par de veces por semana, salir a comer afuera con frecuencia, asado todos los domingos, y los viernes.. esas picadas full que hoy tanto extraño..
Resumiendo: tenía un laburo liviano que no me abrumaba en absoluto, y me proveía los medios materiales para vivir sin sobresaltos. Esto duró unos tres años. Después todo empezó a irse a pique. No fue algo repentino, sino más bien como una bomba con una mecha muy larga que, una vez encendida, yo veía consumirse lentamente sin poder hacer nada para apagarla: el fuego avanzaba inexorable mientras la impotencia me limitaba a seguir haciendo lo que podía. Mi vida ya no era tan fácil: seguía siendo cómoda, y no nos faltaba nada, pero el precio a pagar era la pérdida de la tranquilidad.
Después de muchos meses de nubes cada vez más negras, en noviembre de 2005 estalló el temporal: la tormenta se desató con la virulencia esperada, ya no pude mantener oculta la columna del debe, 25 lucas que después de haber pasado por el bolsillo izquierdo.. ¿dónde están, quién las tiene?, las tendrá el Gran Bonete, porque yo.., y entonces "queremos el telegrama de renuncia mañana, como un gesto de buena fe."
A la mierda, todo se fue a la mismísima mierda. Y empezó otra historia de la que no tengo ganas de hablar: sólo espero que pronto sea apenas un mal recuerdo..
Gus

Ser o no ser...

Estoy pensando seriamente en abandonar este vicio nuevo que es componer música, porque… me pone nervioso. Nervioso y molesto, o algo así. El problema no está en los resultados, que hasta ahora me sorprenden y complacen. Tampoco pasa por el proceso de manos en la masa, que me resulta realmente divertido. El problema es otro: yo no soy músico ni compositor, nunca lo fui, hasta llegué a dejar la guitarra por mi imposibilidad para crear, y entonces ahora… ¡¿cuál es, loco?!, ¿qué carajo pasa, que me siento frente a la PC y con un software accesible invento partes musicales con la facilidad de una máquina de hacer chorizos para hacer chorizos? No carajo, no va. Esto no es así, o no debiera ser así. Me rompe soberanamente las pelotas estar metiéndome en algo que simplemente no comprendo: no tengo la más puta idea de cómo hago lo que hago, y entonces pienso que… me están usando. No se quién o qué, pero algo me está usando como médium que pone el culo para materializar melodías y armonías absolutamente ajenas a mi conciencia. Es muy loco, porque yo escribo como si fuera un software viviente (un ente), sin saber de dónde proviene eso que escribo, en un acto casi ajeno a mi propia voluntad. No loco, así no va: creo que me voy a borrar de ese mapa.
Gus