..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

domingo, 29 de julio de 2007

Eduardo Galeano

El derecho al delirio

Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuando nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Una invitación al vuelo

Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.

(Aporte de Gus)

sábado, 28 de julio de 2007

Y en el 2007 también


Creo que nunca voy a tener paz mientras viva. Esta angustia, esta constante agitación interior contra la que no pueden los psiquiatras con sus pastillas de mierda, esta inestabilidad emocional, esta psicosis que se autocamufla, este horror, esto que siento... son los signos vitales de mi ser en continua reacción ante un mundo de mierda, en el que no puedo más que sufrir mi vida.. de mierda también.
Es así, y está bien. No pienso transar mi lucidez por un poco de paz.

(Gus 1987)

HACE VEINTE AÑOS…

Por Gus

Pagaron U$S 36,5 millones por la pintura de girasoles de Van Gogh
(
Título de la nota de Clarín).

Después de haberse cortado una oreja y haber estado internado en un manicomio, loco y miserable, Vincent Van Gogh se pegó un tiro en la cabeza…

“La venta de Los Girasoles de Van Gogh sirve para ver lo que es la humanidad. Cuando un hombre ha sufrido lo que sufrió Van Gogh, viviendo miserablemente para que hoy un conjunto de snobs paguen cuarenta millones de dólares me parece una porquería. Esta es una de las grandes injusticias sociales, porque no es posible que una persona, por refinada que sea, tenga el derecho de acaparar una obra de arte que ninguna otra puede ver.” Ernesto Sábato


viernes, 27 de julio de 2007

De milagros, santos y otros demonios...

Por Gus
Aunque no creo que sea el peor bicho que nos vomitó la TV argentina, Víctor Sueiro no me simpatiza. Y menos me simpatizaba su programa de historias de aparecidos, resucitados y prodigios de la fe. Por suerte el tipo ya no sale al aire regularmente; pero hace unos años, cuando ese programa siniestro aun se emitía, yo pensaba...

Si Sueiro se cree realmente la que manda, me parece un estúpido al que le calza a la perfección el uniforme de idiota útil (en este caso de la religión). Si está concientemente al servicio de los poderes siniestros que siempre buscan debilitar la razón colectiva usando la fe como arma primaria, merece la hoguera. Como sea, crédulo manso o cínico de mierda, hace daño, alimentando el oscurantismo. Lo que menos necesita el sufrido pueblo de este país reventado, en un momento tan denso como el presente, es cuentos enfermizos que lo inciten a apostar a la lotería de la fe, poniéndole alas de celofán al pensamiento mágico.

Pero supongamos que Sueiro es bienintencionado. Me pregunto… si el tipo cree en milagros y revelaciones de Dios y demás seres improbables engendrados por la mitología judeo-cristiana… ¿por qué no se encierra a rezar en su casa y se deja de joder?, ¿por qué se empecina en demostrar que Dios existe contando historias de ultratumba, milagros y resurrecciones? Aborrezco la prédica, cualquier prédica, toda prédica. Me enferman aquellos que quieren vender lo que la gente no pidió comprar, tanto como los que ofrecen falseado y pervertido lo que los ingenuos sí se muestran abiertos a recibir. Y, en todo caso, “estar abierto para recibir” algo no significa haberlo pedido o necesitarlo: un vendedor astuto le puede vender buzones a quienes nunca recibieron una carta… Me simpatizan un poco más los monjes tibetanos, porque cercanos a la verdad o equivocados, no importa, se recluyen para hacer la suya, no pregonan nada, no rompen las pelotas tocado timbres ni se meten de prepo en tu casa a través de la pantalla del televisor.

La trillada historia de los que llegaron casi al otro lado pero después de espiar por el agujero de la cerradura volvieron para contar que vieron La Luz… no es invento de Sueiro ni es nueva: hace unos veinticinco años apareció un libro supuestamente testimonial que se llamaba “Vida después de la vida”, en el cual varios muertos arrepentidos y resucitados coincidían en sus descripciones de un largo túnel negro y una luz deslumbrante al final, y esto lo habrían visto estando clínicamente muertos. El autor de ese libro pretendía lo mismo que pretende Sueiro: validar las fantasías que predica el catolicismo, a través de una recopilación de fábulas contemporáneas que no tienen por escenario el monte de Sinaí o la llanura palestina, sino la casa del vecino, porque “a cualquiera le puede pasar hoy mismo”. Algo me queda claro y algo no: es obvio que lo que se pretende al divulgar esas historias es certificar la transcendencia del ser humano después de esta vida, y probar que Dios existe; pero no sé si todos los divulgadores coinciden en la intención al transmitir su interpretación de lo relatado por los presuntos protagonistas como algo experimentado estando al borde de la muerte, ya que algunos parecen querer sugerir que esa gente estuvo de verdad muerta, y milagrosamente volvió a la vida. Esto último es tan poco serio que no gastaría saliva en responderles a quienes lo vendan o lo compren: la muerte, por definición, es irreversible, no se vuelve, no se resucita, y si alguien volvió de un estado tan parecido a la muerte que pudo engañar hasta a los médicos y su instrumental, es simplemente porque nunca dejó de estar vivo. Y el hecho de recordar algo de ese estado demuestra que el cerebro en ningún momento dejó de funcionar (dato por demás innecesario: el solo hecho de estar contando el cuento es prueba más que suficiente de que nunca dejaron de estar vivos). Lo otro, la teoría de que hay moribundos indecisos (y no muertos resucitados) que experimentan el contacto con la paz y la luz divinas en un limbo cercano al más allá, pero terminan quedándose en el más acá, me parece mucho más jodida (quiero decir “peligrosa”), porque para los crédulos cultores de la fe ciega algo parece empezar a cerrar, la más miserable de las ficciones cobra entidad de prueba, "yo no vi pero alguien vió". Y porque aun pareciéndose a un cuento de hadas, suena más lógica, más posible, y entonces duele más en el estómago de los hambrientos, que buscan (y creen encontrar) remedio en la misma droga que causa ese dolor…

"Para ti soy ateo. Para Dios, la oposición." (Woody Allen)


Hermano Perro

Por Dill

De manera súbita me doy cuenta de que un pensamiento afincado en mi cosmovisón desde hace mucho tiempo, ha cambiado, cosa que no suele suceder. En efecto: suelo mantener mis ideas acerca del mundo sólo con pequeñas correcciónes a lo largo del tiempo: mis principios, de hecho, no han variado en demasía desde que era un adolescente (cosa buena a mi modo de ver y puede que cosa abominable bajo la mirada de otro). Durante mucho tiempo tuve la convicción de que ser un "muchacho del tablón" era el mejor estado de vida. Con eso quería decir que la gente que pensaba menos, que se involucraba con los hechos cotidianos sin detenerse en analizarlos, que no frecuentaba los por qués que van más allá de un ¿por qué perdió River?, que no solìa analizar demasiado sus condiciones de vida, que se limitaba a vivir, en definitiva, sin cuestionamientos, ese tipo de gente era la más apta para habitar este mundo. Ésto no ha cambiado. Lo que se ha modificado es que antes yo creía que me hubiera gustado ser "un muchacho del tablón" y ahora ya no. Quiero aclarar que no me siento mejor ni peor que nadie. Simplemente diferente. Digo que prefiero tener conciencia de la falta de libertad, del estado de esclavitud en que vive el hombre, de la alienación que sobrevuela y acaba por posarse y envolver a las mayoría de la gente. Que prefiero saber que soy un semi esclavo a creerme un hombre libre. Y, de golpe, he descubierto por qué ya no quiero ser uno del tablón, uno que va los domingos a la cancha y se apasiona por su equipo y espera los domingos como si fuera el acceso al Nirvana y que luego vuelve a su vida, al trabajo sin pensar en por qué debe trabajar, levantarse temprano, ser tratado como ganado, recibir un sueldo de mierda para llevar una vida materialmente pobre, espiritualmente más condicionada, depositando sus deseos en la televisión, y pensando que el domingo somos locales y aguante River, carajo. Sin pensar, tampoco en la muerte. Sin casi pensar. Y me di cuenta que prefiero ser todo lo contrario, o sea vivir con angustia la falta de libertad pero por sobre todo: prefiero TENER COINCIENCIA de esa falta de libertad porque de esa manera, aunque sea una utopía, existe la posibilidad de pensar en la liberación. Es algo obvio: si uno no se da cuenta de que es un esclavo jamás intentará romper la cadena que no ve. Respirar es gratis. La esperanza, por ahora, también.
Dill

Aprendizaje y Sacarse la careta

Ayer despertamos con la desesperante noticia que contaba la tragedia de una familia cuya rumbosa casona en Pilar había sido asaltada, con el colmo de que al pobre niñito que guardaba sus monedas en una alcancía también se las habían robado. Los periodistas de todos los canales de TV estaban profundamente conmovidos y rasgaban sus vestiduras sin advertir que acaso el pequeño había recibido una involuntaria lección de los cacos. "La guita, nene, no se hace ahorrando, se hace garcando al prójimo...aprendé de tus papis, que seguro esta mansión no la hicieron juntando moneditas"
Pasando a otro tema, para cuando nos vamos a sacar la careta y darle a la gente todo lo que realmente quiere ver en Televisión? Para cuando "Pinchando por un sueño", eh?


Capitán Nemo

jueves, 26 de julio de 2007

Promesas sobre el bidet...

Gus

Cuando logre sacudirme y tirar la paja con que mi naturaleza limita mis actos, voy a iniciar un par de series de publicaciones de música.

Tengo en mente incluir en este blog una sección que se podría llamar "Mis preferidos del Rock", en la cual aparecerán discos fundamentales en la historia de todos los estilos de esa música, discos míticos, "híticos", revolucionarios, discos que me volaron la cabeza en su momento y me la siguen volando a pesar del paso del tiempo.
También planeo una sección similar dedicada al Jazz-Rock, además de un toco de publicaciones aisladas, out of section.
Veremos: el gusano propone y la abulia dispone...

miércoles, 25 de julio de 2007

Locura en blanco y negro

(Gusano modelo '05)

Camino dormido por veredas invisibles de calles que no existen. No sueño, porque los sueños son esas vidas paralelas de las que... es mejor no hablar. Ando o me detengo o vuelo con las alas de algún estúpido deseo indeseable, no sé, eso ya no importa: esta ciudad irreal siempre golpea donde más duele, aunque los golpes y las heridas no se vean... Esta ciudad que está aquí, allá y en cualquier lugar, puede ser un remanso o el peor de los infiernos. Aprendí a disparar las balas de mi antídoto, pero no siempre dan en el blanco.
“Esta” ciudad no es San Salvador, pero tampoco es Buenos Aires: sólo es una que habita en cualquiera que me contenga. Casi siempre estoy ido,
en la orilla de la vida, más allá de mí. O más acá. Lejos, de cualquier manera. Como la imagen fantasmal de una foto movida...
A veces, muchas veces, miro a la mujer que hace veinte años que está conmigo y en silencio me digo “yo no sé que sería de mí sin tu amor”.
No pienso mucho, apenas siento. Para bien y para mal, se puede decidir no pensar. Para bien y para mal, no puedo dejar de sentir: ni el más perfecto de los engaños funciona... Por eso elijo resetearme, que es una manera de evadirme, de sobrevivir, sin sentirme un idiota que se cree genio, ni un genio que se cree idiota.

lunes, 23 de julio de 2007

No sé

Por Dill

"Todo es al pedo si no sirve para cambiar algo, para evitar algo, para promover algo", dice mi amigo Gus... y yo no sé si es tan al pedo.
Pensar en que algo es injusto, en algo que ensucia las palabras "ser humano" y decirlo, no sé si será tan al pedo. Evidentemente desde una posición racionalista y, casi diría, positivista, sí: a las palabras se las lleva el viento, es cierto y no hay tu tía. Y sin embargo... yo creo que aparece en esos momentos un pariente que no será tío ni tía pero que algo tiene que ver con nuestra sangre.
Y, a pesar de su aparente inutilidad, yo creo que las palabras, al menos, sirven para juntarnos, para saber que somos "algunos", que "aquellos" no son todos. Y por ahí lo que estas frases recontrasabidas signifiquen sean lazos para el encuentro. Aunque sea con la "idea".
Yo creo que si no, no estaríamos escribiendo en un blog perdido que quizás sea leído sólo por diez gatos locos, con suerte --y me refiero al número, no a la suerte de los gatos que en los últimos tiempos no parece acompañar--.
Uno a veces necesita buscar lo que no sabe. Y otras veces siente la necesidad de que le digan lo que sabe. Para no sentirse tan solo. Porque al escribir, uno, al fin y al cabo, lo que hace es crear un espejo donde mirarse, donde reencontrarse. Un espejo en el que quizás, como por un arte de magia pura, puedan reflejarse algunos más.
Es cierto que la historia la modifican los que hacen que el mundo cambie (para mejor y para peor) y que las palabras que sólo "diagnostican" se escurren como agua. Pero trato de imaginar también, que "hacer algo" puede querer decir "hacerle algo al otro". Y si eso que estamos escribiendo hace que otro se identifique y se sienta un poco menos solo de lo que creía, esas palabras entonces valen. Claro que en muchos lugares la abominación seguirá ocurriendo y lo ominoso será pan de cada día y me da mucha bronca y al mismo tiempo mucha
vergüenza que mi reacción frente a eso casi innombrable sea escribir. Pero lo que queda por hacer ante tanta mierda ¿qué es? Tal vez sean éstos, tiempos de gritar la indignación, aquí, con los compañeros de laburo o con unos amigos en un blog. Y lo más seguro es que nada cambiará. Pero al mismo tiempo siento que al escribir estas cosas el aire se hace más puro: como si estas frases hechas fueran burbujas de oxígeno.
Necesito pensar así, aunque no esté seguro de nada y quizás lo que digas sea cierto. Como cierto fue para mí este poema de Juan Gelman, que un día perdido en el tiempo hizo que algo resonara en mí.


"Corajes"

es enorme la tristeza que un hombre una mujer
pueden hacerse entre sí
como enormes son esos dos pajaritos parados en
la rama picoteándose
y enorme es el mismo árbol con lluvias bajo el sol
que se le ven en la cara

¿lloverá? ¿no lloverá? ¿cantarán
los pajaritos esos mismos? ¿seguirá la enorme
tristeza mandando creciendo como un lago o mar
entre un hombre y una mujer?

¿volará la tristeza entre árbol y árbol?
¿como pasos solitarios en una habitación?
¿como madréporas por aire?
¿como tablones como puentes pero desolados desamados?

una ramita ha caído en el lago y navega
es enorme la tristeza que un hombre y una mujer
pueden hacerse entre sí
como enorme es la navegación de la ramita en el lago
mojada de su propio coraje.

Juan Gelman

"...y que ese hecho no nos conmueva más allá del segundo en el que lo leemos..."

Por Gus

"...y que ese hecho no nos conmueva más allá del segundo en el que lo leemos..." dice Dill en el párrafo final de "La Libertad". Que algo espantoso, abominable, espeluznante, atroz, propio de la más afiebrada ficción pero tan real en este circo humano como la sombra de un árbol o la lluvia, no nos conmueva más allá del segundo en que lo leemos me parece atroz, espeluznante, abominable, espantoso.
En la argentina hubo “chupaderos”, campos de concentración, centros de detención clandestina donde se torturó y asesinó indiscriminadamente a quienes pensaban (o parecían pensar) diferente de lo que las Fuerzas Armadas enquistadas en el Poder pretendían como modelo ideológico. Espantoso. Hoy todos sabemos que eso pasó, y que ya no pasa en la Argentina (al menos masiva y sistemáticamente…). Pero la Argentina es apenas un pedacito del mapa del mundo (no esperen de mí que diga “mapamundi”, no señor, no, no y no), y en el mundo, este mundo al que frecuentemente estoy tentado de referirme como “sitio inmundo”, sí pasa, sí se tortura y se mata a seres humanos como a perros. Abominable. No hace falta leer una noticia puntual para saber (suponer y saber) que en este momento, en este puto preciso momento, miles de seres humanos están siendo torturados y asesinados en distintos lugares del mundo. Espeluznante. Y también pasan algunas otras cosas: seres humanos de todas las edades agonizan y mueren de hambre, de guerra, de injusticia, de ideología… Atroz. "...y que ese hecho no nos conmueva más allá del segundo en el que lo leemos..." Yo ya crucé una línea invisible, estoy del otro lado, y aun a costa de mi propia tranquilidad, hasta de mi salud mental, me resisto a semejante liviandad: ya no puedo (ni quiero) evitar que toda esa mierda me salpique por mucho más que esos segundos de consciencia inducida por revelaciones nuevediarias de la realidad…
Sin embargo, al mismo tiempo, se que este sufrimiento propio, solidario con el sufrimiento de aquellos que padecen en carne propia las atrocidades más inverosímiles, es al pedo. Todo es al pedo si no sirve para cambiar algo, para evitar algo, para promover algo. Y esos “algo”, lamentablemente, parecen ser síntomas de pestes naturales, propias de la naturaleza humana…

Como dijo Lennon

Por Dill


La vida sucede sin que nos demos cuenta. Eso y no otra cosa debió querer decir Lennon en su famosa frase. En general es así. Salvo en aquellos pequeños momentos en los que somos conscientes de que algo nos está sacudiendo y un temblor de placer físico, mental o emocional nos ubica en la alegría del tránsito vital, no solemos darnos cuenta de que hay un plataforma sobre la que caminamos y se llama vida. También la muerte de alguien querido nos para por un rato en la ruta y, mientras saludamos con nostálgica tristeza al que se va, nos sentimos atravezados por la energía que nos dice: "Vos sos y estás acá, en mí: soy la ruta que aquél abandonó". Es de suponer que las rutinas cotidianas, sobretodo las que nos obligan a conseguir sustento, actúan como elemento que asordina la noción de estar vivo y darse cuenta de ello. Levantarse a una hora en la que uno desearía quedarse durmiendo, un viaje como animales al matadero (¿metáfora?), un trabajo que en la mayoría de los casos no nos conforma ni anímica ni materialmente, volver a casa lugo de ocho o nueve horas en el mejor de los casos, otra vez el hacinamiento del transporte, el cansancio y la onmipresencia del aprato siniestro llamado televicio, que rellenando los silencios colabora en la duermevela que habilita toda absorción de basura: todos esos elementos combinados, decíamos, pueden colaborar (y de hecho lo hacen con una contundencia a veces impensada) para que nuestra vida vaya pasando como quien mira los campos que se alejan desde la ventana del ferrocarril. Y sin saber que en esos campos deberíamos haber estado, lo que se dice, viviendo nosotros en lugar de mirarlos desde la ventanilla. El precio del progreso ha sido caro aunque uno duda de cómo era en otros tiempos. Pero éso no debe importarnos: el caso es que a esta altura de la historia están dadas las condiciones (materiales al menos) como para que se intentara tocar la campana que dijera: ¡todos a vivir! Y saber de esa posibilidad tan concreta y a la vez tan utópica es lo que quizás nos angustie más. Como si seres de otro planeta nos hubieran encerrado pensando que somos animales y la posibilidad de que nos liberen estuviese en el hecho de hacerse comprender con esos seres que hablan un idioma que no tenemos oportunidad de aprender (y menos ellos de aprender el nuestro, ya que para ellos solo emitimos gemidos o gritos) y decirles: "Eh, por qué no charlamo un ratito, no somos tan diferentes de Ustedes". Pero la sociedad está conformada así y se sigue reconstruyendo a sí misma con la misma inercia que la viene impulsando hace siglos. Capa tras capa de algo que se toma como lo "normal" terminaron haciéndonos creer que la vida es "así". Que ésto es lo normal. Y son tan espesos los sedimentos que se van acumulando unos encima de otros que la posibilidad de limpiar la confusión se torna, decíamos, una utopía. La televicio es, quizás, el arma más eficaz que han encontrado desde sitios de poder para establecer las coordenadas sobre las que deberemos transitar (pensar, gustar, elegir). También es responsable en gran parte de las emanaciones que se cuelan en nuestra mente para conformar una ética de valores, prioridades, buenos y malos, lindos y feos, cosas que están bien y mal. La imágen y su fuerza actúa también constantemente y sin que nos demos cuenta desde los infinitos carteles que vamos leyendo desde el colectivo, el auto o, simplemente, mientras caminamos tranquilos: pareciera que nunca estamos solos, una sociedad vigilada y controlada desde todos lados. Bajar al subterráneo (donde también hay televicios) y ver carteles de publicidad constituyen un solo paso. Hay poco espacio para pensar sin que nos piensen. Es muy difícil sacarse de encima todo el polvo que nos han venido arrojando desde hace décadas y décadas; saber hasta qué punto nuestros pensamientos son verdaderamente independientes o libres o, por el contrario, están contaminados ya a niveles patológicos. El capitalismo está, como dijo alguien, manchado de sangre y lodo de pies a cabeza. Pero su voracidad de antaño se parece a la mediocre ambición de un pequeño almacén de barrio si se la compara con lo que sucede en nuestros tiempos en donde el hecho de que miles de niños (y mayores) mueran por día pudiéndo fácilmente ser salvados con nada, y que ese hecho no nos conmueva más allá del segundo en el que lo leemos, es un indicador de la grasa acumulada en nuestro cerebro. Si un extraterrestre cayera en Sudán, por ejemplo, podría pensar que se halla en un lugar de castigo de gente que ha cometido delitos gravísimos. O si va a Irak, partes de Brasil, el Noroeste Argentino, Bangladesh, la Villa 21, por citar sitios al azar. La vida debiera vivirse como uno desea de verdad. La vida debe ser otra cosa. Lennon tenía razón.
Dill 07/07

sábado, 21 de julio de 2007

La Libertad

Por Dill

13:34 7/18/07
Cada vez más, la libertad, supremo atributo que se supone pertenece a todos los seres humanos, se pierde en una confusión difícil de desentrañar. Entonces, cabría decir, la esclavitud engrosa su cuerpo como una boa que va envolviéndonos poco a poco.
¿Qué cosas les son dadas elegir al hombre con total libertad? Preguntamos: "con total libertad".
El bebé hombre no elige nacer, ni elige a sus padres, ni elige su entorno, ni elige su educación. Sin embargo estas cosas parecen haberlo elegido a él. De alguna manera lo toman y van encauzando la evolución de sus pensamientos, creencias, en fin, todo lo que el Dr. Freud ya explicó tan bien en sus trabajos. Entonces: ¿nacemos esclavos? ¿Somos los hombres esclavos libertos?
De alguna manera, el bebé ya crecido y devenido niño sigue siendo un esclavo, primeramente de sus padres (¿esclavos?). Después debe seguir obedeciendo en el ámbito de la escuela. Podrá elegir a sus amigos pero no a sus enemigos (que seguramente han de tener una influencia no menor tampoco en la conformación de su personalidad).
Llegamos al tiempo del trabajo: ¿elige su trabajo? Suponemos que algunos sí y otros (la mayoría) no.
¿Elige el hombre pasarse tantas horas haciendo algo que tal vez le gusta muy poco o, quizás, le disgusta totalmente? ¿No son éstas, cosas de esclavos? ¿La obligación es compatible con la libertad? ¿En dónde radica la libertad cuando debemos hacer algo por obligación?
Pongamos el caso concreto de una persona que debe trabajar cuarenta años de su vida, pongamos, en una oficina, haciendo cosas que, en verdad, le importan tres pepinos. Pongamos que esa persona vive lejos de su oficina y pasa tres horas de todos esos cuarenta años viajando en colectivos trenes y/o subterraneos. ¿Alguien se animará a sacar la cuenta del tiempo que este hombre pasa haciendo cosas que no elige hacer? ¿Será que la esclavitud está reservada a los que no tienen una vocación y la "libertad" a aquellos que "eligen" cómo ganarse el pan? Y los que no tienen vocación ¿por qué no la tienen? ¿Es que les agrada vivir la mayor parte de sus vidas como si fueran esclavos acicateados por cadenas que ya no se ven pero se sienten?
La libertad ¿es una amiga que no está?

Para mi Hermano, Amigo y Compadre nebulano. No quería estar ausente en su nuevo refugio. Y auque estos leños estén un poco húmedos estoy seguro que nos juntarán alrededor del mismo fuego.
(Dill)

viernes, 20 de julio de 2007

Separá los tantos, Mother Nature..

Se coje por gusto, por placer, pero también se coje para engendrar nuevos seres con o sin placer, y hasta se tienen hijos no deseados por el goce de cojer. Hay algo siniestro en esto. No voy a intentar un análisis profundo e inteligente para tratar de llegar a una fundamentación medianamente válida de lo que pienso al respecto, porque no estoy seguro de poder hacerlo, y porque no tengo ganas. Simplemente lo voy a decir: me parece que la naturaleza no fue nada sabia en esta cuestión. Y prefiero hablar de la naturaleza como una fuerza creadora y modificadora autista, porque si pensara en un ser superior inteligente y consciente, que hizo todo tal como se lo propuso.. semejante monstruo (El Improbable) se haría acreedor de un nuevo agravio de mi parte. Definitivamente creo que habría sido mucho mejor, más sensato y menos nocivo, dejar la pija y la concha (y también el culo, aunque en esto no cuente) para el placer, y que para procrear existiera algún método alternativo más práctico y controlable, como escribir una carta a París o a la cigüeña, o simplemente desearlo.
No estaría mal que las mujeres (o los hombres, da lo mismo) vinieran de fábrica con un dispositivo selector de funciones, un simple interruptor en la oreja (o en cualquier parte del cuerpo), para activar o anular la función reproductiva a voluntad antes de cada garche (perdón... relación sexual). Mejor aún sería que tanto mujeres como hombres contáramos con esa llave incorporada, y que la procreación sólo fuera posible si ambos lo desean, evitándose así la posibilidad de emboscadas. Para los esclavos del dogma, habría un pecado menos en la lista, ya que nadie que pretendiese ser tomado por serio se atrevería a insinuar que usar un órgano para lo único que sirve pueda ir en contra del mandato de entidad superempírica alguna (dejemos de lado la micción, ya que es por demás evidente que para mear no hace falta más que un simple orificio). Porque no importa si fue la naturaleza sin premeditación o un ser supremo malintencionado: quién haya sido hizo cagada al mezclar el azúcar con la sal, y proporcionó al siniestro poder de algunos humanos, una de las más efectivas y demoledoras herramientas para armar su vasta red de dominación masiva de otros seres a través del sometimiento de ingenuas conciencias indefensas, dispuestas a transar el propio deseo por improbables y delirantes fábulas de eternidad.
Gus

FRAGMENTOS UNO (2003/2004)

Algunos dicen que Dios está en todas partes… Otros dicen que no existe (y es como decir que no está en ningún lugar). Yo no se mucho al respecto: sólo creo que no está en este blog...
Gus


FRAGMENTOS UNO

..y con respecto a Dios... lo único que puedo decir es que la realidad que me toca, para bien o/y para mal, me demanda vivir con los pies sobre la tierra, y... en el cielo las estrellas. Si nunca pude ver a Dios cuando era pendejo, no creo que pueda llegar a verlo ahora que estoy medio viejo, ahora que tengo que usar anteojos para leer (porque necesito leer), pero no quiero forzar la vista tratando en vano de ver lo invisible allá a lo lejos, porque no tengo tiempo de más, estoy muy ocupado sufriendo y procurando el pan nuestro de cada día…

A veces me gustan cosas que hace algunos años no me hubiera gustado que me gustaran, y seguramente no me habría permitido disfrutarlas. Hoy me permito todo, o casi, porque es una cuestión de gusto, y porque logré desactivar esa siniestra herramienta de autocensura a la que estúpidamente le rendía cuentas. Hablo de música, pero creo que vale para todo. Vivimos rodeados de cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan. Te gusta una mujer, ¿tiene sentido analizar si te gusta porque es linda, por su mirada, por su olor, o por qué carajo? Uno escucha una canción, mira una pintura, prueba un sabor, y lo instantáneo es que pasa algo o no pasa nada. Supongo que no interviene el pensamiento (o no debiera intervenir demasiado). Después empiezan a jugar otros factores, que sí provienen del pensamiento: los juicios y los prejuicios, cagadas que te pueden llevar a desechar algo que te había tocado en el flash inicial (“no, esto es una mierda, no me puede gustar, no me tiene que gustar”), y te lo perdés. A esta altura de mi vida tengo bien asumido que soy (y siempre fui) menos que mi reputación, y no voy a permitir que esa reputación (que nunca me dio nada) hoy me prive de algún disfrute posible.

Esto (¿o debiera decir “aquello”?) de escribir... en mi vida empezó como un juego (jugar con las palabras para decir cosas de la mejor manera posible), y terminó siendo una adicción: cualquier pensamiento me parecía incompleto si no lo plasmaba en un papel, no podía ver un pájaro libre sin que me venciera la tentación de encerrarlo en una jaula. Era al pedo, todo al pedo: al pedo pensar, y más al pedo aún escribir... horas y horas de mi tiempo desvividas escribiendo estupideces. Si eso que escribía nunca sirvió para cambiar nada, ni en mi vida ni en sus alrededores, si ni siquiera alcanzaba el nivel para acceder a la categoría de “arte”... que escriban los que saben o los que obtienen algún provecho de hacerlo, yo me abro.
Ahora me doy cuenta de que un buen día dejé de escribir porque dejé de pensar. “Pienso, luego escribo” era la historia; “no pienso más, no escribo más”. Llegué a sentir muy ridículo casi todo lo que había escrito, y me sentí ridículo yo mismo, porque mis cuadernos estaban repletos de basura, palabras y más palabras al pedo, tal vez algunas bien manejadas pero sin ningún sentido ni valor. Poesía no, ficción no, ensayos no, cualquier cosa que se te ocurra NO, nada de nada, pura basura. Hace un año, después de varios sin derramar una gota de tinta, estuve a punto de hacer una fogata con todos mis cuadernos (no lo hice porque Silvia, mi mujer, me detuvo, no sé si por salvar mi obra de las llamas o para evitar que hiciera mugre en el patio...).
Pero lo que me pasa ahora es otra cosa, diferente de aquella compulsión estéril, porque escribir tiene una finalidad clara, que es estar en contacto con ustedes, y a partir de ahí... me engancho bien con el teclado, y disfruto.

Ahora un poco de tango. No diría que no tengo miedos, pero sí que son cada vez menos. Yo que siempre fui un fóbico de mierda, ya no le temo a lo que no veo, ni a nada de aquello en lo que no creo, y creo tan poco, especialmente en lo que no veo... Tampoco me siento acosado como en otros tiempos por miedos “menores” (al ridículo, al fracaso, etc.). A medida que pasa el tiempo, disminuye en mí el miedo a la vida y aumenta el miedo a la muerte. Te voy a contar qué es lo que me atormenta hoy por hoy. Tengo 45 años. No soy ni joven ni viejo, pero el tiempo va en un solo sentido, siempre sumando, nunca resta ni retrocede, y no hay retorno. Entonces voy camino a la vejez, estoy más cerca de ser viejo, y es lo único que me queda, porque joven nunca voy a volver a ser. Supongo que ya viví más de la mitad de mi vida, porque no creo que llegue a los 90, y si llegara... no quiero ni imaginarlo. Tengo miedo al dolor, al sufrimiento físico, a las cagadas propias de la decadencia, pero lo que más me asusta no es eso: mi mambo peor es con la muerte. Siento que me queda poco, porque hoy el tiempo va muy rápido, y me atormente pensar que no me sobra nada y mis hijos son chicos todavía. Si por lo menos tuviera resuelta la cuestión económica, estaría más tranquilo. Pero no, ni siquiera eso...

Gabbani habló de “la escalerita del tobogán que ya terminó, y ahora a bajar...”, una imagen buenísima, muy tristemente gráfica. Ahora a bajar, tratando de tener un descenso lento y digno, haciendo presión con los pies sobre los laterales del resbaladero para conseguir un poco de “efecto freno”, porque desde que te soltás de los caños semicirculares de arriba empezás a sospechar que el final del juego está muy cerca: se baja mucho más rápido que lo se tardó en subir, y si uno piensa que no subió para otra cosa más que para bajar... Cambiemos de tema…

Estoy transitando una etapa de mi vida en la que las cosas que quisiera hacer y no puedo son menos que las que deseo no tener que hacer más. Dicho de otra manera, no me jode demasiado lo que no puedo hacer o tener: me jode lo que tengo que hacer aunque no quiera (ej.: laburar).
A veces sueño despierto, me deliro con fantasías tales como una inesperada herencia persa o un Loto para mí solo, un par de millones, y por supuesto que pienso en la casa de la puta madre, los autos, las computadoras y equipos de audio, gitarras y amps, y las mil y una boludeces que tendría; pero la mayor felicidad pasaría por la vereda de enfrente, no por lo que sí sino por lo que no: nunca más laburar (laburar es, de alguna manera, prostituir el alma), nunca más hacer lo que no me guste o no tenga ganas, y disfrutar la inmensa paz que me daría el saber que a mi mujer y a mis hijos nunca les va a faltar nada material. Si de repente mañana me pintara una guita grosa, no saldría corriendo a comprar todo lo que deseo, ni viajaría, ni nada de eso; lo primero que haría sería comprarme un piyama y pantuflas perrito, y no saldría de mi casa por lo menos hasta la primavera. Lamentablemente, no parece muy probable que algún rico y desconocido pariente persa me haya tenido en cuenta en su testamento; y que yo gane el Loto o el Quini 6 es absolutamente imposible, porque nunca juego... Pero soñar sigue siendo una de las pocas cosas gratis que nos quedan a los pobres.

Si yo pudiera vivir como quisiera... tendría más piyamas que ropa de calle. Le imprimiría un cambio radical a mis días, invirtiendo algunas cuestiones. Por ejemplo, no me acostaría para descansar, me levantaría de la cama para descansar, cuando estuviera podrido de estar echado. Dormiría unas ocho horas por día (y de día), pasaría otras ocho horas repartidas entre la TV (mirándola desde la cama, por supuesto) y la computadora, y las ocho horas restantes las dedicaría al culto de la vida familiar. Sería un bicho muy feliz si pudiera vivir en pantuflas yendo de la cama al living... y viceversa. No necesitaría mucho: un par de televisores, un equipo de audio, una PC, fasos, todo lo que me gusta tragar (si se trata de soñar, hagámosla bien: no voy a soñarme hipertenso y colesterólico), Coca Cola, y buenas yerbas pa’los mates...

Si yo escribiera (o intentara escribir) un relato de ficción, seguramente sería una
cagada. Así como nunca pude crear con la guitarra, tampoco puedo hacerlo con la lapicera (o el teclado). Resulta evidente que el problema es mi incapacidad para inventar. Puedo escribir bastante bien, desde el plano técnico, algo que tenga que ver con mi realidad, o con la realidad que me rodea (siempre con alguna realidad), puedo “decir con tinta” lo que siento o lo que pienso de una manera bastante prolija y clara, porque soy inteligente: si sé hablar correctamente y conozco los códigos del lenguaje escrito, puedo escribir tan bien como hablar, no más que eso. Se trata de un maneje intelectual. Lo que comúnmente llamamos “inteligencia” sólo tiene que ver con la capacidad de almacenar datos, la velocidad mental para procesar esos datos, y la destreza para manejarlos mediante la lógica como herramienta. Hasta ahí voy bien, sin falsa modestia te diría que me creo un privilegiado. Pero cuando se trata de crear, de inventar... cagamos, me caigo violentamente y bajo a un nivel de mogo. That’s all. Creo que está claro. Para mí resulta elogioso que alguien tan leído como Dill me suponga un potencialmente buen escribidor de cuentos y novelas, pero yo no puedo escribir ficciones, porque... serían una mierda.

Tratando de explicar mi... renguera literaria, o mi falta del talento artístico, alguna vez dije que el problema es que no se me ocurren historias, que no tengo imaginación para inventar argumentos de ficciones... Los ingredientes necesarios para escribir una buena novela, o un buen cuento, son una buena historia y una buena “técnica” natural (lo que comúnmente llamamos estilo): el que tenga esas dos cosas... que le de gracias a Dios, porque de esa combinación surge el talento (o al revés: el talento hace posible esa combinación). Yo cometí un error de apreciación (y de análisis) al reducir mi problema a la simple carencia de inventiva. No es así, no es verdad que yo no puedo escribir ficciones porque no puedo inventar historias. Muchas veces tuve argumentos en la cabeza, y no pude escribir un carajo. Entonces la cosa debe pasar por otro lado, y es más grave. Creo que debí haber sido más profundo, y decir que “no puedo escribir ficciones porque no puedo y punto”. No poder sin razones que lo justifiquen... es la razón que más justifica (y que mejor explica) ese “no poder”.

Parece que Gurdjieff no existió. Lo busqué en la Microsoft Encarta porque quería saber si escribo bien su nombre, y no aparece. Pensé que la omisión podría deberse a alguna discrepancia ideológica con Bill Gates, y entonces acudí al Pequeño Larrouse Ilustrado, y después a una enciclopedia Salvat de doce tomos, y nada, no existe. No importa: bien o mal escrito su apellido, Gurdjieff decía algo así como que los seres humanos no hacemos nada, que sólo creemos que hacemos porque estamos dormidos por naturaleza (creo), y no entendemos un carajo, pero que en realidad las cosas pasan, todo pasa por sí solo y no por influencia de voluntad alguna de los hombres.
Cito esa idea simplemente porque me vino a la mente en la fila de una caja del supermercado esta mañana, mientras pensaba en la respuesta a la parte más tentadora de ser respondida de la última carta de Gabbani. Supongo que la vanagloria, la “jactancia del propio valer y obrar”, no tiene un sentido válido, supongo que es una de las tantas manifestaciones absurdas tan propias de asnalidad humana (y de algunos otros animales: la cara de pelotudo feliz de un perro cuando te trae de vuelta el palito que le tiraste para que lo fuera a buscar hace pensar que el pobre bicho se siente Einstein por haber entendido y ejecutado tu voluntad). Sé que no elegimos nada, que no somos libres, y eso me lleva a pensar los manejes de la existencia en términos de “injusticia divina”, pero me limito la entrada a ese terreno, entre otras cosas porque no creo en dioses (ni en demonios), y no quiero bastardear mi coherencia diciendo pavadas que me son inciertas. Sin embargo me pregunto (y, si querés, te pregunto)... ¿no será preferible una sensación de gloria (vana) a la opacidad y la estrechez de un fracaso digno, aunque sólo sea una pose “aprovechadora” de casualidades por la cual uno mismo seguramente se terminará pasando la factura después? Maradona no es mejor que vos, ni que yo, ni que nadie, por el sólo hecho de haber jugado bien a la pelota. Porque no eligió sus dotes: simplemente le tocaron a la hora del reparto. Entonces no debiera sentir que tiene algo de qué jactarse. Pero lamentablemente este mundo de mierda premia algunos “valores” de manera desmedida (e injusta si se quiere), y a mí me da mucha bronca. Supongo que no somos dueños de nuestra voluntad (por lo menos yo no me siento dueño de la mía, en tanto que apenas la controlo). Y supongo que somos lo que somos aún a pesar de nosotros mismos (es decir de nuestros deseos y sueños). Supongo que todos jugamos el mismo juego, pero sólo unos pocos ganan. Y supongo también que no somos buenos ni malos en tanto no hay una posibilidad cierta de elección consciente de hacer bien o mal… pero ahí esas suposiciones entran en conflicto con mi lógica, porque si nadie lleva en sí signos de culpabilidad o inocencia… ¿qué hacemos con los Videla, con los Bush, con el vecino que te envenenó el gato porque de noche hacía quilombo en el tejado y lo no lo dejaba dormir, y con el pibe que te calzó tres tiros en el mate vaya uno a saber por qué si igual le hubieras dado la campera aunque no te boleteara? Ante semejantes ejemplos, creo que no estaría mal visto que Gabbani se jactara un poquito de ser un buen tipo, aunque serlo no conlleve ningún mérito, porque no eligió. Y porque tanto vos como yo sabemos que ni vos ni yo habríamos elegido ser un hijo de puta aunque hubiéramos tenido esa opción y la capacidad de elegirla.
Podría escribir cien hojas, y todo seguiría tan oscuro como al comienzo. Aunque no haya aclarado nada, no pude resistirme a la tentación de opinar. Pero todo esto, mas todo lo que podría decir, son apenas consideraciones relativamente superficiales acerca de las infinitas pieles que cubren al tema central, que es bastante hermético y, por lo tanto, impenetrable. Sólo puedo decir que me siento acosado por una especie de fundamentalismo natural que se da desde el vamos, desde la creación misma, y ante eso no hay nada que hacer ni decir.
Y para terminar, tratando de redondear lo irredondeable desde un ángulo de visualización caricaturesco, diría que lo único que diferencia al ser humano de las hormigas y de las cucarachas es la soberbia de suponerse poseedor de libre albedrío, la cualidad de hacer daño deliberadamente, la desorganización, y la incapacidad de sobrevivir a ciertas catástrofes nucleares (que, dicho sea de paso, son fenómenos naturales: propios de la naturaleza humana…).

Odio ir a los cementerios. En el “Jardín del castillo”, un bonito predio privado exclusivo para moradores underground, están Don Carlos Vargas y Lionel (por orden de desaparición). Silvia se copa en ir a ponerles flores a su padre y al mío, para ella es una necesidad y supongo que le hace bien. Pero yo… aunque el lugar es mucho menos sórdido que un enterradero municipal, y hasta te diría que es lindo, no me banco ir, me jode, me deprime. Prefiero recordar de otra manera a aquellos que quise y ya no están, prefiero recordarlos como eran cuando estaban vivos y bien, y el cementerio no es el lugar ideal para ello, porque me hace revivir el momento de mierda en que esos seres queridos, dentro de una caja de madera, eran depositados en el fondo de un pozo, a dos metros por debajo de la superficie. Además me bajonea mucho ver el dolor de la gente, ver a esa mujer madura con los hijos adolescentes poniendo flores en una tumba en el día del padre... me engancho muy mal con la escena, pienso que podrían ser mi mujer y mis hijos dentro de…

..el paso del tiempo (que es cruel y acelerado). Siento que hay algo desfasado entre mi adentro y mi afuera, y eso me genera conflictos, me llena de preguntas sin respuesta. Todos los días me miro al espejo sin mirarme, pero a veces me detengo a observar esa imagen de un Gustavo de 45 años con cierto desconcierto y asombro. A pesar de algunos puntos en que lo físico me hace notar constantemente que ya no tengo veinte años, ni treinta, algo en mi interior hace que me sienta el mismo que era cuando tenía veinte o treinta años, y esa imagen de veterano que me devuelve el espejo me sorprende mal, no me acostumbro ni acepto que esa sea mi cara. Siento que sea lo que sea lo que pasó junto con el tiempo, yo me lo perdí. Y veo el cambio de imagen no como algo que se dio en forma gradual o progresiva, sino como si de un día para otro hubieran pasado diez años… Es “aquel” tema, y seguramente volveré a tocarlo en algún otro momento, si es que mi mente recupera algo de luz, porque lamentablemente la cosa sigue, no se queda ahí, va siempre para adelante, dejando marcas irreversibles que siempre me encuentran mal parado para asumirlas.

A veces pienso que estoy recopado con esto pero no se muy bien por qué, y… de repente me pregunto para qué carajo sirven las computadoras… Sé para qué sirven, para qué le sirven al mundo, pero… ¿para qué carajo me sirven a mí? ¿No será una evasión más?
Hay algo que está claro y revela mucho, iluminando un punto que no es importante que quede claro, ni me interesa a esta altura de mi vida, pero… queda claro que hay una diferencia decisiva entre mi historia (antigua) con la guitarra y mi mambo actual con la computadora: a los veinte años yo decía que quería seguir con la guitarra, practicar diez horas por día como los grandes, y tocarme todo, pero en realidad se ve que no quería nada de eso: estaba al pedo en la vida, no laburaba, tenía todo el tiempo del mundo para lo que se me cantara, y sin embargo nunca me metí de lleno en la música, nunca estudié ni practiqué con la guitarra metódicamente siquiera una hora por día con continuidad por más de una semana (lo cuál hoy me parece bárbaro, una saludable economía de tiempo y de esfuerzo, ya que cualquier cosa que hubiera intentado en ese campo habría sido inútil, una batalla perdida). Ahora me pasaría diez horas por día frente al monitor de la PC, y aunque no lo hago porque no puedo, porque tengo que laburar, de cualquier manera son muchas (más de las convenientes) las horas que le dedico a esto, aún a costa de sacrificar tiempo de sueño…

Todo lo que hacemos no es otra cosa que manifestaciones de la actividad cerebral (el alma es una forma de irradiación de la mente en trance mágico). A pesar de que el genio de Einstein parezca mucho más “cerebral” que el de Mozart, por ejemplo. Me pregunto: ¿habrán sido tan distintos los cerebros de Einstein y de Mozart, o simplemente la diferencia habrá estado en los intereses y pasiones de cada uno?
Estoy sospechando que no existe el “talento para”, que el talento es una abstracción de unicidad tal que lo vuelve indivisible, algo que se tiene o no, y quien tenga talento en concordancia con un fuerte interés en lo que sea (lo que comúnmente llamamos vocación), verá ese talento encontrar el terreno propicio para germinar.
Es obvio que Bach fue un genio de la música, que Van Gogh lo fue de la pintura, etc., y está bien, es verdad, todos los genios revelaron su talento en algo puntual, en una actividad en particular. Pero me pregunto: ¿sería un delirio imaginar a Steve Jobs copado con las letras escribiendo una novela como “Cien años de soledad”, y al Gran Gabo copado con la informática inventando una manzanita?
Sea como sea esta cuestión del talento, yo quedo afuera, y sólo desde afuera me es dado mirarla, ya que pertenezco a la inmensa mayoría que no ligó un carajo a la hora del reparto de dones (“tomátelas, pibe, que para vos no hay nada”, debe haber dicho el funcionario de turno, y de una patada en el orto me depositó en este mundo sin pena ni gloria… ni genio): no tengo talento alguno, ni un fuerte interés en nada, y mucho menos aún apasionada voluntad…

En sí, la evasión no tiene signo. Evadirse puede ser bueno o malo, según las situaciones contingentes: hay evasiones y evasiones, y todo depende de lo que se evada y para qué. Es inteligente (positivo), evadir para no perder; es aceptable (neutro) evadir para distenderse; es lamentable (negativo) evadir sistemáticamente por miedo.
Creo que no es nocivo diagramar un esquema de vida que incluya evasiones programadas, momentos de escape conscientemente controlados que aporten un poco de relax mental. Especialmente si uno vive una realidad que de tan pesada se vuelve insoportable. También creo que depende de circunstancias particulares que escapar sea signo de inteligencia o de cobardía. Ante una situación ingobernable de la cuál uno sabe que difícilmente saldrá ileso si la enfrenta, escaparse es lo más sano e inteligente: no sirve de nada jugar al héroe si se perdió antes de pelear, y, fundamentalmente, si ni siquiera se tienen ganas de librar una batalla inútil sabiendo que no serviría para otra cosa más que salir lastimado. Es simple: el que juega un juego que no desea jugar sabiendo que va a perder, es idiota o está tan débil que ni siquiera tiene fuerzas para enfrentar una evasión.
El peligro real aparece cuando la evasión es descontrolada, compulsiva, inconsciente; cuando uno no le puede poner límites, y escaparse se vuelve una constante, inevitable, una costumbre que impide enfrentar y resolver hasta el más simple problema.
Acertadamente Gabbani sospecha que lo que yo llamo “otra evasión más en mi vida” tiene mar de fondo con tormenta incorporada. Pero si se trata de una evasión útil, que suma más de lo que resta, y que hasta puede llegar a lubricar las neuronas… ese tipo de evasión es, fundamentalmente, un derecho al cuál me parece estúpido renunciar.
¿Por qué está tan devaluada la palabra “evasión”? Supongo que porque se suele despojarla del signo que en su significado dual equilibra efectos, asociándola a una idea parcial: se escapan los cagones. Vivimos en una sociedad de culto al “heroísmo”: se aplaude el sacrificio inútil, absurdo… aún cuando lleve a la destrucción. Por otro lado, cuando uno se escapa del displacer, va en pos de un placer, juega un acto de libertad, y sabemos que hay un poder siniestro al que no le resulta satisfactorio ni conveniente que un engranaje del mecanismo pueda zafar de aquello que lo oprime: toda pieza, para ser funcional, “útil”, debe sentirse responsable de aquello de lo que forma parte, aún a costa de su propia integridad. Entonces ese poder siniestro despliega sutiles y complejos mecanismos que conducen al evasor hacia la culpa, y la autocondena. El que no tiene la claridad suficiente para ver esto… cagó.
Yo, Houdini

Voy a repetir una frase que dije alguna vez, porque sigue siendo descarnadamente gráfica y representa con lamentable precisión mi realidad actual: no tengo ganas de hacer ni siquiera lo que tengo ganas de hacer.

..cuando se trata de hacer un trabajo ordenado en pos de un objetivo prefijado… cagamos, ahí mi voluntad se enajena (“se vuelve ajena”).

A veces pienso que me informaron (y me formaron) mal. Me contaron un cuento que no es, una historia trucha que se parece más a una ficción absurda que a la realidad de la vida de los seres humanos. Sé que nuestros padres hicieron por ignorancia muchas boludeces con la mejor intención de criarnos bien. Ahora, a los 45 años, no puedo ser como cualquier mortal, conviviendo con la realidad de la muerte posible e ineludible al fin y al cabo. No puedo aceptar la idea de la muerte: cada vez que me acuerdo de que por mi condición biológica estoy expuesto a morirme en cualquier momento, me pongo loco, me deprimo muchísimo. Es una cagada. Pienso que sería muy bueno aceptar esa realidad, poder masticarla y digerirla, y bancármela, porque supongo que esa cuestión bien elaborada debe ser la llave para disfrutar la vida de a momentos.

Gus