Poco antes de Navidad, charlando con un compañero de teatro de mi hija, encontré una clave que explica las irregularidades en la velocidad del tiempo, que cada vez parece pasar más rápido. No sé si esa explicación será válida para todos los que, como yo, sienten que ahora los años parecen más cortos (siempre más cortos que antes), pero a mí me resultó de una lógica absoluta.
Antes de llegar a mis conclusiones, voy a hacer un par de consideraciones previas, que pueden parecer (y hasta ser) estúpidas pero a mí me parecen necesarias:
1. Aunque muchos tengamos la sensación de que el tiempo va cada vez más rápido porque se nos pasa más rápido, y como consecuencia los años nos parecen más cortos, en realidad el único cambio posible existe sólo en la percepción de los que así sentimos, ya que el tiempo debe transcurrir siempre a la misma velocidad. Al menos eso es lo que matemáticamente se deduce tras observar el reloj que tengo en el comedor: funciona desde hace siete años con la misma marcha lógicamente esperada, y no creo que “algo” haya alterado su mecanismo para adecuarlo a las fluctuaciones de un tiempo irregular.
2. Mi teoría inicial, que relacionaba esa percepción vertiginosa del paso del tiempo con la edad (“después de los treinta el tiempo pasa más rápido, después de los cuarenta vuela...”), se cae al vacío ante la realidad de una estadística poco seria pero no por ello desechable: son muchos los jóvenes (de cualquier edad, y hasta pendejos) que dicen sentir lo mismo ante el paso aparentemente acelerado del tiempo.
Entonces.. si el reloj descarta la posibilidad de un cambio real en la métrica del tiempo, y los pendejos me llevan a desestimar la incidencia de la sumatoria de años como determinante de cambios en la percepción personal (que pasa a ser parte de la percepción colectiva de un segmento bastante heterogéneo en cuanto a edades), se me ocurre que esa sensación de velocidad constante que todo lo vuelve efímero, necesariamente debe tener relación con ciertos cambios en el medio social, que nos imponen a su vez cambios en la manera de vivir y de visualizar el futuro en función del presente. Pero la generalización termina acá: sigo en primera persona (porque no soy un sociólogo ni un pensador brillante, ni me creo que estoy diciendo una gran verdad universal, carajo).
Yo siento que el cambio en la percepción del tiempo, que me lleva a la sensación de aumento de la velocidad de paso o disminución de la duración de todo, se genera en un inevitable mecanismo de defensa natural: vivo como el culo, con miedos, con ansiedad, con estrés, con tremendas incertidumbres, con frustraciones, con impotencia, con desesperación.. y ante todo eso sólo atino a pensar cada momento de mierda como fugaz: “ya va a pasar, todo pasa”. Y sí, todo pasa, pero de esta manera pasa más rápido. Si a la mañana el consuelo es que pronto llegará la tarde, y es consuelo porque de tarde se está más cerca de la noche, del sueño contenedor (o por lo menos atenuador de angustias), los días se van como agua por entre los dedos. Tal vez se trate de un maneje inconsciente, pero yo lo desenmascaré en mí: esa necesidad imperiosa de pasar (y no de vivir) el momento, el día a día, por terror a proyectarme en un vacío incierto y amenazante, me lleva a una carrera enloquecida por zafar del espanto. Y cuando uno va a mil “llega antes”, y registra muy poco de lo que va dejando atrás. Entonces los días, las horas, se llenan de un vacío que es.. nada: no pasó nada. No tengo la paz necesaria para disfrutar algo “en largo”, todo lo tengo que acortar, y en ese todo entra el tiempo. No sé adónde quiero llegar, o sé adónde quiero pero no adónde puedo, y entonces todo se agota en el intento de sufrir un poco menos. Así, se pierde la noción de lo placentero, y sólo se tiene la mínima fuerza necesaria para ir dejando atrás todo lo angustiante lo más rápido posible. Y se llega antes. A ningún lugar, pero antes... Después, termino diciendo “¡mierda, qué rápido pasó el 2004!”.
Lo que dije ayer sobre la velocidad del tiempo, se podría sintetizar (y aclarar) así:
Cuando uno va a mil, llega más rápido. Se altera la percepción de la distancia, y la noción de la realidad se falsea (la distancia que separa a Jujuy de Bs. As. no parece la misma si se viaja en avión, en bus o a pie). Cuando la mente va a mil, no guarda registro de todo lo que le pasa por al lado, y entonces parece que llega antes, o que el tiempo pasó más pronto (y si pasó más pronto, “algo duró menos”). Cuando hay que caminar con los pies descalzos por encima de una alfombra de brasas encendidas, la mejor opción.. es esquivarla, no caminar un carajo; pero si no queda otra, el instinto hace que uno pase corriendo. Tal vez para quemarse menos (¿?), o para terminar lo más pronto posible, y que el tormento dure menos (algo que dura menos, “pasa más rápido”). Cuando se está viviendo una vida de mierda, un mecanismo de defensa normal es tragar cada centímetro cúbico de malaria como si fuera uno de esos remedios de sabor casi vomitivo.
Creo que por ahí están las claves de mi sensación de ultra velocidad en el transcurrir del tiempo últimamente. Y creo que la explicación seguramente será válida para muchos a quienes les pase lo mismo.
No sé si hacía falta aclarar algo, ni sé si se aclaró. Ahora que leo esto, y lo comparo con lo anterior, me parece que sólo dije lo mismo de otra manera.. no muy diferente de la primera. No importa: acá el papel y la tinta son gratis.
1 comentario:
Es efecto de la rutina y de la repetición de la vida. A partir de los cincuenta casi todo deja de tener brillo e interés. Es el efecto del cansancio que sentimos y del astío.
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