En los últimos tiempos (hablamos del ’98) venía a casa día por medio. La excusa era la guita. Supongo que esperaba que le dijera “tomá, para el colectivo de mañana”, o tal vez no: es posible que en su delirio apareciera de a ratos cierta… delicadeza como para no someterme a esas sesiones de tortura sin tregua. Pero antes de seguir, aclaro: yo me copaba en estar con él, como siempre.
El tipo entraba, beso, y yo por la cara ya sabía qué me esperaba. Aunque ya en esa época no había demasiadas variantes… El ritual empezaba siempre igual, se sentaba, encendía un cigarro (me too), y se reía pero no hablaba, sólo me miraba como diciendo “te escucho…”. Pero en realidad no me escuchaba un carajo, se limitaba a simular que escuchaba las novedades que le pudiera contar como quién se tapa la nariz para pasar el trago amargo, seguía mirándome, asentía de a ratos, pero yo sabía que estaba hablando al pedo, porque o no estaba ahí o le importaba tres carajos lo que le contara. A veces, de puro hijo de puta nomás, se la hacía larga, que después te tengo que aguantar yo a vos, y sabés que se hace eterno. Porque además era siempre lo mismo, tres cosas, sólo tres cosas, siempre las mismas tres putas cosas: “yo ya se que nunca…”, “yo ya se que nunca…” y “yo ya se que nunca…” En cuanto yo terminaba, sin apuro como para asegurarse de que cuando él comenzara no lo cortaría con “boludeces triviales”, ponía primera. A veces no empezaba de una con lo sabido, a veces traía la novedad del día, “boluuudoo, una minita… en el colectivo, yo ya no entiendo más nada, a mi me están jodiendo, una puerca de aquellas… con un forro terrible, encima gordo, y me marcaba la guacha, yo ya se que nunca…” (y yo pensaba “no te hagás el boludo, las mujeres te miraron siempre, hasta a mí me miraban de reebote sólo por estar al lado tuyo”). Cuando estaba de buen humor (yo), corría para donde él quería, y podíamos seguir en armonía por dos pavas de mate y un paquete de fasos, “al fin y al cabo es mi amigo de toda la vida, el más viejo, el primero que sigue vivo, y está así…”. Pero uno no es una planta, a veces me encontraba cruzado, y se pudría todo. Cruzado soy antipático, sarcástico… A veces le respondía “pero mirá vos… entonces el gordo no será tan forro, si se ganó esa minita debe ser más vivo que vos… puede ser eso o puede ser guita, pero si iban en colectivo…” No siempre acusaba recibo de una, él sabía que cuanto más tardáramos en tarasconearnos, más tiempo tendría para seguir con su monólogo, al fin y al cabo qué carajo le importaba mi opinión… Mientras no le dijera lo que no quería escuchar, parecía como que le daba lo mismo si yo le prestaba atención o si simplemente lo escuchaba pensando en cualquier otra cosa. Por eso me lo bancaba, vea. Entendiendo que necesitaba mi compañía… lo demás importaba poco.
El tipo entraba, beso, y yo por la cara ya sabía qué me esperaba. Aunque ya en esa época no había demasiadas variantes… El ritual empezaba siempre igual, se sentaba, encendía un cigarro (me too), y se reía pero no hablaba, sólo me miraba como diciendo “te escucho…”. Pero en realidad no me escuchaba un carajo, se limitaba a simular que escuchaba las novedades que le pudiera contar como quién se tapa la nariz para pasar el trago amargo, seguía mirándome, asentía de a ratos, pero yo sabía que estaba hablando al pedo, porque o no estaba ahí o le importaba tres carajos lo que le contara. A veces, de puro hijo de puta nomás, se la hacía larga, que después te tengo que aguantar yo a vos, y sabés que se hace eterno. Porque además era siempre lo mismo, tres cosas, sólo tres cosas, siempre las mismas tres putas cosas: “yo ya se que nunca…”, “yo ya se que nunca…” y “yo ya se que nunca…” En cuanto yo terminaba, sin apuro como para asegurarse de que cuando él comenzara no lo cortaría con “boludeces triviales”, ponía primera. A veces no empezaba de una con lo sabido, a veces traía la novedad del día, “boluuudoo, una minita… en el colectivo, yo ya no entiendo más nada, a mi me están jodiendo, una puerca de aquellas… con un forro terrible, encima gordo, y me marcaba la guacha, yo ya se que nunca…” (y yo pensaba “no te hagás el boludo, las mujeres te miraron siempre, hasta a mí me miraban de reebote sólo por estar al lado tuyo”). Cuando estaba de buen humor (yo), corría para donde él quería, y podíamos seguir en armonía por dos pavas de mate y un paquete de fasos, “al fin y al cabo es mi amigo de toda la vida, el más viejo, el primero que sigue vivo, y está así…”. Pero uno no es una planta, a veces me encontraba cruzado, y se pudría todo. Cruzado soy antipático, sarcástico… A veces le respondía “pero mirá vos… entonces el gordo no será tan forro, si se ganó esa minita debe ser más vivo que vos… puede ser eso o puede ser guita, pero si iban en colectivo…” No siempre acusaba recibo de una, él sabía que cuanto más tardáramos en tarasconearnos, más tiempo tendría para seguir con su monólogo, al fin y al cabo qué carajo le importaba mi opinión… Mientras no le dijera lo que no quería escuchar, parecía como que le daba lo mismo si yo le prestaba atención o si simplemente lo escuchaba pensando en cualquier otra cosa. Por eso me lo bancaba, vea. Entendiendo que necesitaba mi compañía… lo demás importaba poco.
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