Nogoyá, Entre Ríos
Señores semidioses del olimpo periodístico nacional:
Ni siquiera me atrevo a llamarlos colegas porque sonaría casi a un sacrilegio informativo; una deformación de la realidad que ustedes, desde su objetividad intachable, jamás me perdonarían.
Para comenzar me gustaría enumerar algunos aspectos por los que creo que su existencia es casi irreal para mi pensamiento concreto y terrenal. Uno de tantos es que ustedes viven, y muchos en forma mas que holgada, de su profesión. Yo en cambio, apenas me pago algunos vicios baratos (tengan en cuanta que no fumo, ni me gusta el juego), lo que, ni siquiera para empezar, me califica como profesional.
Debo confesar que yo me lo he buscado, mis estudios acreditan que soy Maestro Mayor de Obras, la carrera que menos me desagradaba de las pocas que podía estudiar donde vivo. Por supuesto que siempre me picó el bichito de los medios de comunicación, la radiodifusión en particular, pero irse a estudiar una carrera fuera de mi ciudad estaba más dentro de mis ganas y la buena voluntad de mis padres que de su acotado y realista presupuesto.
Pero las inquietudes y las ganas fueron poderosas. En el sinuoso camino de mi historia personal, la idea de tener algo que ver con la comunicación social nunca me abandonó. Algunas veces más cerca y otras más lejos, pero siempre estuvo ahí… Hasta que un día entré “por la ventana” a este fascinante universo, como operador técnico en una estación de frecuencia modulada, que era el puesto que estaba disponible; si hubieran necesitado un trapeador de pisos, también hubiera sido un serio candidato al balde. De esto ya hace 20 años.
No piensen que hablo desde la envidia o el resentimiento, es solo que me cuesta imaginar, sin que un hilo de baba corra por las comisuras de mis labios, lo que sería trabajar en un medio de comunicación y ganar lo suficiente para vivir con un mínimo de decoro. Mi horizonte deseable no está marcado por tener la suerte de ustedes que viven en un barrio cerrado, tienen automóviles de alta gama ultimo modelo, vacacionan en el extranjero y tantos otros gustitos que, para ustedes, son moneda corriente. Eso si, ustedes ni se imaginan; nunca tendrán la mas mínima idea de lo que es ir a trabajar a un medio de comunicación, ganar una miseria casi chistosa y sentir el deliciosos vértigo de poder decir lo que se me antoja, del tema que se me antoje, sin que nadie me marque la agenda mas que mi conciencia, como lo hago yo todos los días.
En mi ciudad, que está en el interior del interior del país, algunas emisoras repiten algunas de sus voces e imágenes informando, por ejemplo, de accidentes de tránsito, marchas de protesta, y hechos de inseguridad que pasan a más de 400 kilómetros de aquí. Muchos de mis conciudadanos los escuchan, los ven y los leen porque es más fácil creerse lo que dice alguien desde los omnipotentes y elefantiásicos medios nacionales, que creerle al tipo que se cruzan todos los días por la calle o que vive en su barrio. El sentido común me indica que debería ser exactamente al revés pero no es así, un poco por el poder del marketing, y otro poco porque algunos colegas locales dejan mucho que desear al igual que muchos de ustedes, pero parece ser que a ustedes se los perdona con mayor facilidad.
En mi pueblo, donde nos conocemos todos, la gente ya esta casi paranoica, repitiendo lo que ustedes dicen que es la verdad. Por eso no me extrañó escucharlos a coro, quejándose de la inseguridad en una localidad que tiene uno de los índices más bajos de hechos delictivos de la provincia. De la inseguridad desinformativa se dice poco y nada. O despotricando contra la nueva ley de medios. Ley que, seguramente puede ser perfeccionada, pero que sin dudas les quitaría el poder de (perdón por la palabra) penetración de su discurso dominante, dándoles mas espacio a otras voces y verdades mas nuestras. Parafraseando a José Pablo Feinmann: por ahora, los sujetos de mi ciudad, están siendo sujetados, están siendo pensados por ustedes…
Ustedes tienen la certeza, la seguridad de que llegaron a lo más alto que un periodista puede aspirar en nuestro país, y así suelen tocar el techo de mentiras que les impone el medio que les paga sus privilegios. En cambio yo sé que nunca voy a llegar y, al juzgar por el precio que pagan ustedes, no me interesa tampoco; todo mi capital es poder salir a las calles de mi pueblo y poder mirar a mis vecinos a los ojos porque, equivocado o no, digo lo que pienso.
No fue fácil sostener mi posición durante el conflicto por las retenciones en el 2008. A cinco cuadras de la puerta de mi casa comienzan los campos sembrados de soja transgénica y el “mosquito” esparcidor de agro-tóxicos se pasea por los barrios de mi pueblo impunemente. Los dueños de los campos, la soja, los mosquitos y los agro-tóxicos, son los dueños de casi todo por estas latitudes, así que se darán cuenta lo que fue salir al aire y decir que el monocultivo es pan para hoy y hambre para mañana, que el 70% de los peones rurales trabajan en negro, que la tala indiscriminada del monte nativo es un crimen ambiental y que la teoría del derrame es una monstruosidad con la que se justifican los dueños de casi todo… La soledad era abrumadora y es por esto que siento cierta autoridad moral para decirles que la dignidad no debería tener precio, por más alta que sea la oferta.
Es muy curiosos como, durante los primeros años en el poder nacional de Néstor Kirchner, el pacto de no agresión gobierno-multimedios, anestesió la opinión pública en una siesta de 4 años impulsada, principalmente, por la renovación de licencias de 20 años a favor del Grupo Clarín. Pero sonó fuerte el despertador agro-burgués y el sueño terminó. La caja de Pandora se abrió, la hoya se está destapando y hoy les están poniendo el cascabel. Ya se sienten sus quejas, como en la entrega de los premios de APTRA, las mismas que escuchábamos cuando éramos chicos y el gordito del barrio, dueños de la pelota y la cancha, hacía sus berrinches porque no lo dejábamos ganar. Pero ustedes fueron mas allá que el rechoncho niñito y, con cara de “téngame lástima”, nos fueron a acusar con nuestra mamá.
Creíbles o no, sinceras o no, las fuerzas armadas y la iglesia hicieron su autocrítica por su actuación durante la mas sangrienta dictadura que conoció nuestro país, y pidieron disculpas. Las de ustedes las estamos esperando todavía… ¿No pensarán de vedad que son semidioses y que no deben rendirle cuentas a nadie de sus acciones; o si?
Tal vez ustedes no quieran acordarse pero existió un colega de ustedes llamado Rodolfo Walsh que se jugó la vida por decir lo que pensaba y la perdió. El mismo día en que la dueña de Clarín publicaba una editorial elogiando el primer año de la última dictadura, él daba a conocer su carta abierta a la junta militar, denunciando las atrocidades que se perpetraban desde el estado. Hoy, Rodolfo es un desparecido que ya había perdido una hija en aquel proceso (Llamada Victoria, paradójicamente) y dejó otra huérfana; en cambio Ernestina es una de las mujeres más poderosas de nuestro país y tiene dos hijos que ni la justicia se anima a declarar como apropiados. La historia la escriben los que ganan pero habría que redefinir que significa “ganar” cuando se pasa por encima de tantos y, sepan que ustedes siguen el camino trazado por ese “triunfo”.
Quiero pedirles disculpas si se han sentido juzgados, se lo sensibles y vulnerables que se sienten en estos tiempos donde ustedes, los que juzgan y cuestionan todo y a todos, están siendo juzgados y cuestionados; aunque tengo el presentimiento de que la mayoría de ustedes no se va enterar de esta carta; o en su defecto, no se darán por enterados. Porque, de eso se trata: que nos enteremos de lo que a ustedes y sus jefes les conviene que nos enteremos. Pero si alguno de ustedes, por casualidad la leyera, no me hagan mucho caso, soy solo otro perro ladrándole a la luna…Eso si, lo que no es fácil es ignorar los ladridos de la propia conciencia y dignidad.
Sin otro particular, los saludo atentamente.
Felipe Ignacio Díaz Gorosterrazú
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