Voy a obviar los detalles épicos: algunos no podría recordarlos aunque quisiera, y otros prefiero olvidarlos. Sólo me propongo hacer una reseña macabra, narrando esas pequeñas historias en las que fui presa de miedo extremo cercano al terror.
Acá todo pasa
Atardecer de un día de semana de… 1976 (¿o ’77?). Héctor, Fino y yo caminábamos por la Av. Corrientes. De repente se detiene frente a nosotros un Torino marrón (como para romper la rutina de los Falcon verdes, vió?). Eran cuatro. Los dos que iban en el asiento trasero se bajaron, y nos invitaron a subir. Sin decir nada, el conductor arrancó y siguió derecho hacia el Bajo, echando putas. El otro, una alimaña repugnante, empezó a hablar, pero no nos informaba a dónde íbamos (ni por qué: en esos tiempos no existían derechos básicos, como el de no ser privado de la libertad sin razón alguna). El chabón era irónico y hacía gala de un humor bastante denso, pero no preguntaba mucho: estaba claro que el interrogatorio vendría después, indoor. Sin embargo no paró de hablar en todo el trayecto, y entonces nos fuimos enterando de los por qué de la detención. Lo que les disgustó en cuanto nos vieron fue el largo de mi cabello y la musculosa de Fino. Primero, dirigiéndose a mí, mandó una que lo resumía todo: “flaco… ¿por qué tenés el pelo así, sos boludo?, si no te lo cortás te vamos a llevar a cada rato.” Después lo miró a Fino con asco (la cana del Proceso tendía a pensar que era puto), le dijo algo sobre la remera (musculosa y de colores), y dirigiéndose a ambos (Fino & me), mandó un resumen de la doctrina castrense: “¿no saben que el General Videla dijo que a la Junta no le gustan esas cosas?” (SIC, lo recuerdo como si lo estuviera oyendo). Tras esa frasecita, lo miró a Héctor y le dijo “y vos sos un pelotudo por andar con estos dos, te la estás comiendo de arriba”. Al llegar a Eduardo Madero, el silencioso conductor dobló a la derecha, siguió unas cuadras a alta velocidad, y recién cuando llegamos a destino nos enteramos de que se trataba de la Brigada de Toxicomanía. Tras un ingreso bastante irregular si lo comparamos el procedimiento de rutina en comisarías de la Federal (ya que no nos revisaron ni nos despojaron de pertenencias, ni de cinturones y cordones de zapatillas), nos tuvieron guardados cerca de seis horas en una habitación mugrienta, separada por un delgado tabique de otra más grande en la que había unos veinte detenidos más, hombres y mujeres, todos jóvenes, la mayoría de aspecto rocker o hippón. De más está decir que la pasamos bastante mal. Escuchábamos que iban llegando más detenidos, y no entendíamos por qué los dejaban afuera: los únicos aislados éramos nosotros… El lugar era sórdido al mango, re pesado. No nos pegaron, pero entre insultos y burlas también recibimos amenazas, y no solo de palabra: en un momento entró uno con look para nada policíaco (pelo tirando a largo, aro en una oreja) y empezó a amagar patadas y otras figuras de arte marcial. Lo peor fue cuando nos sacaron del privado para llevarnos al piso de arriba para interrogarnos individualmente y por separado: guiándonos hacia el lado de la salida, el hijo de puta dijo “vamos mierda, ahora se van a ir…”, pero al llegar al pie de una escalera soltó una carcajada y agregó, gritando como energúmeno, “se van a ir en sangre, porque los vamos a reventar….” Arriba, uno que parecía ser el jefe, secundado por dos o tres monos, todos camuflados como para no parecer ratis en la vía pública, preguntó, amenazó, insultó, y ordenó “que los lleven abajo, ya veremos que hacemos”. Volvimos a ese cuarto siniestro, en el que solo había una heladera vieja desenchufada, un slip manchado tirado en el piso sucio, y un graffiti de mensaje ambiguo y poco alentador: “ACÁ TODO PASA”. Al cabo de unas horas se abrió la puerta, y el bastardo se sorprendió de vernos ahí, “che ¿y esto?”, gritó dirigiéndose a alguien que, evidentemente, debió haber decidido nuestra suerte un rato antes. “UUUh, me olvidé, traélos”, respondió una voz desde lejos. En la oficina de guardia, prodigándonos más insultos, nos hicieron firmar en un libro gordo, seguramente de registro, y nos despidieron con un “vamos, vamos, salgan rápido antes de que me arrepienta.”
Violencia en el parque
Otra. Tarde del ’76. Parque Pereyra, Barracas. Eramos varios y estábamos sentados sobre el pasto, cerca del “lago”. No recuerdo si estaban Gabriela y Miriam (creo que si). De repente vemos que un patrullero de la Federal se mete dentro del parque y enfila derecho hacia nosotros. “Documentos”, la huevada de siempre, y “vos vení” (“vos” era yo). Creo que nunca tuve tanto miedo. Me llevaron solo, a pasear en patrullero. Fue un largo interrogatorio ambulante: media hora dando vueltas (media hora que en tal situación se hace eterna), primero por Barracas, después por el puerto de La Boca. Las preguntas eran puntuales, el tema era drogas. Yo les decía que no sabía nada de nada, pero mi respuesta no les cabía, insistían y amenazaban constantemente, seguían apretando y se me cagaban de risa, “flaco… en la Facultad de Ingeniería hay falopa, y vos pretendés que te crea que no conocés a nadie ni sabés nada…” En un momento se detuvieron frente a una casa vieja en La Boca , como insinuando que me iban a llevar adentro, y uno (el más mal parido) me dijo “mirá pibe, no seas pelotudo, no te hagas golpear al pedo, decí todo lo que sepas y te vas”. Estaba re cagado, de repente lo trataba de usted, de repente lo tuteaba, “mirá, te estoy diciendo la verdad, no ando en nada ni conozco a nadie que ande en nada”. Al final parece que lo convencí: arrancaron, y a las pocas cuadras me liberaron, no sin antes prometer que “nos volveremos a ver”…
Celulares eran los de antes
Una noche del '76 (o '77) frente al obelisco tuve bastante miedo. La cosa duró poco, y resultó más leve de lo esperado por como pintaba, pero igual fue desagradable. Creo que estábamos los del grupo… “de los seis”. Paró un celular (mal indicio), y nos hicieron subir. No pasó nada, apenas un par de preguntas y fuera. Pero eran muy agresivos, violentos y amenazantes. Creo recordar algún sopapo, pero a un desconocido que estaba en el camión cuando subí.
Sunday night fever
Tenía 20 pelotudos años en 1978. Poco después del mundial, madrugada de un lunes, salida de Lagar del Virrey, dancing de Recoleta (o por ahí). Eramos Fino, un tal Charly (el pelado, amigo de Mariel) y yo. Treinta años después, no encuentro una puta razón para haber estado ahí esa noche: nunca me gustaron los boliches, y en esa época menos. Supongo que fui porque estaba medio regado: el domingo a la tarde había tomado whisky en una confitería de Primera Junta (no pregunten, no importa). Después, ya chupado, me mandé a la casa de Mariel. Al rato apareció Fino, y se empezó a tejer la telaraña. No estaba en mis planes ir a ese lugar de mierda, pero creo que Mariel y una tal Graciela (a.k.a. "el Ratón", según Pablo el Cordobés después de que lo cagara una noche, haciéndolo ir al pedo a un boliche) insistieron. Fino se entusiasmó con la idea (le gustaba bailar), y rompió las bolas para que le hiciera gamba. Then, alpedísimo como tantas veces, transé y fui. Descarto la suposición de que me movieran intenciones de algo con la chica esa, porque estaba borracho pero sabía con qué buey araba: en un boliche yo jugaba de visitante, sapo de otro pozo, no tenía plata ni auto... and so mis chances eran nulas. Una vez adentro, para soportar el lugar y la situación, me chupé mal, whisky con vodka y Gancia, y obviamente terminé en un pedo más o menos importante. Recuerdo que en un momento me sentí muy mal, destruido, y casi me desmayo: todo daba vueltas en sincronía con las bolas de cristales del techo, se me nubló la vista (o veía el mundo del color de las luces negras), y tuve que apoyarme contra una pared para no caer. Pero enseguida controlé ese estado desagradable, me recuperé, y seguí tomando. Mariel y su amiga, vaya uno a saber dónde estaban. Fino… con el pelado. Y yo deambulaba solo por ahí, aturdido. Me sentía una porquería imposible. Daba vueltas sin saber dónde ubicarme, y de repente estaba hablando con una niña que me puso el índice en el pecho y se ofreció a... ayudarme (¿¿¿???), pero de pronto mandó algo así como "estás mejor... vamos a bailar", y yo no estaba mejor un carajo, "no pendeja, vos sos una... traidora, y yo... yo..." yo nada, no me salían las palabras y me fui al carajo (era muy linda pero algo me asustó).
Al final de una noche para el olvido, salimos del antro y Fino le hizo señas a un taxi que pudo haber sido nuestra salvación. Pero no, el puto de mierda no paró, y años después todavía lo seguiría maldiciendo. Caminamos una cuadra haciala Av. Las Heras, llegamos a la esquina, y ahí nos alcanzaron los muchachos de traje (onda “cieguitos” de los Twist) que habían salido del boliche detrás de nosotros, y creo que corrieron para no perdernos. Yo estaba muy en péu y no sentí miedo en ese momento. Nos pararon, nos revisaron minuciosamente (hasta las zapatillas), y… nada, lo mismo de siempre. A mí no me daban mucha bola, la cosa era con los otros dos. Supongo que al no haberme visto en movimientos sospechosos adentro, decretaron que yo estaba mamado y nada más. Me preguntaban si Fino era puto (en esa época hacer del propio culo un pito era delito, atentaba contra la moral y las buenas costumbres), y querían saber “quién trajo la falopa”. Yo había estado toda la noche en la mía, sin saber qué hacía Fino, y la verdad es que no entendía de qué hablaban esos canas parásitos. Pero ante tanta insistencia, me acordé de un maneje entre Fino y el pelado en el baño… y me empecé a preocupar, porque pasaban los minutos y los tipos seguían ahí, presionando. Al final, antes de dejarnos ir, nos secuestraron los cigarrillos al pelado y a mí, diciendo que los iban a analizar en el laboratorio (hijos de puta, fumaban de arriba), y lo peor de todo: anotaron las respectivas direcciones (a mí me incautaron una tarjeta personal). Esto último me mató: por un par de años no pude dejar de pensar que esos soretes tenían mi dirección como dato obtenido en un procedimiento.
Obviamente los tipos no eran idiotas: Fino y el pelado habían estado haciendo intercambio farmacológico en el baño, pero como seguramente no querían armar bardo dentro del boliche, nos siguieron a la salida.
Al final de una noche para el olvido, salimos del antro y Fino le hizo señas a un taxi que pudo haber sido nuestra salvación. Pero no, el puto de mierda no paró, y años después todavía lo seguiría maldiciendo. Caminamos una cuadra hacia
Obviamente los tipos no eran idiotas: Fino y el pelado habían estado haciendo intercambio farmacológico en el baño, pero como seguramente no querían armar bardo dentro del boliche, nos siguieron a la salida.
La paz sea con vosotros
La noche del ’77 que nos llevaron a pie de La Paz a la 5º no fue agradable, pero la verdad es que no sentí más miedo que el mínimo razonable. Eran canas de civil, pero de una nos llevaron a una comisaría, y en cuanto entramos presentí que se trataba de una racia de rutina con fines de identificación, y nada más: no parecía haber peligro. El hecho de que nos alojaran en un calabozo con borrachos, cirujas y otros perejiles como nosotros lo confirmaba.
No me parece justo pasar facturas, porque todos lo que la vivimos sabemos que en esa época te encanaban sin razón, simplemente porque no les gustaba tu cara o porque tenían que cumplir con un cupo de detenciones por día, pero... el cordobés, violento por naturaleza, se zarpó innecesariamente. Paso a relatar. Cuando entramos al bar La Paz, había un operativo. Eran canas de civil, y por eso no nos avivamos antes. Uno le puso la mano en el pecho a Pablo, para que se detuviera, y el boludo se la sacó con un golpe. Ahí cagamos, marchen presos...
La nota graciosa estuvo a cargo de Pete (el amigo de Hector que era un clon de Pete Townsend, de los Who): en el calabozo no había baño, y cuando le dieron ganas, gritaba por la ventanita de la puerta "¡sargento, mear!"
No tiene nada que ver con el terror, pero quiero decir que esa tarde me había comprado Romantic Warrior, que era nuevo…
Tuve miedo todas y cada una de las veces que nos pararon por la calle en aquellos tiempos duros. Sabía una parte de lo que estaba pasando, y sospechaba la otra. Pero uno se acostumbra a casi todo. Que rompieran las pelotas era cosa de todos los días, y entonces lo empecé a tomar con cierta naturalidad. La experiencia me enseñó que cuando te pedían documentos, por lo general te terminaban dejando ir, ya que si tenían otras intenciones les importaban tres carajos los documentos: te levantaban de una y te llevaban (la noche de La Paz fue una excepción: nos pidieron los documentos y los retuvieron mientras nos arriaban caminando hasta la dependencia policial, seguramente para evitar que alguno se les perdiera por el camino).
Yo, como muchos de los que no la pasaron peor, la pasé bastante mal durante la dictadura. Pero parece que esos señores nunca me vieron cara de peligroso, porque jamás me interrogaron acerca de cuestiones más densas: siempre jodían con la facha, el pelo, las drogas… Por suerte.
Yo, como muchos de los que no la pasaron peor, la pasé bastante mal durante la dictadura. Pero parece que esos señores nunca me vieron cara de peligroso, porque jamás me interrogaron acerca de cuestiones más densas: siempre jodían con la facha, el pelo, las drogas… Por suerte.
No estaría completa una reseña de los más grandes miedos en mi vida si pasara por alto los que sufrí cuando parecía que se iba a pudrir todo con Chile (por esas islas de mierda), y durante la guerra de Malvinas. Aunque no se por qué, tuve mucho más miedo ante la posibilidad de una guerra con los chilenos que cuando el maldito alcohólico tomó las Malvinas. Estaba aterrado, ya que a pesar de no tener instrucción militar, mi edad era la de ir al frente llegado el caso. Pensé en huir a la Banda Oriental , o conseguir que me internaran en el Borda, y no habría dudado en hacerme romper el culo si eso me hubiera garantizado ser descartado por el ejército como eventual efectivo de reserva. En cambio cuando comenzó lo de las Malvinas, no tuve tanto miedo: sabía que tras la ocupación de las islas, el conflicto habría de durar lo que tardara en llegar la flota inglesa para recuperarlas, y en ningún momento pensé en una guerra larga que demandara al Ejército Argentino la incorporación de reservistas con una mínima instrucción de emergencia.
Después, ya en democracia o casi, viví tres situaciones de mucha tensión gracias a Gillian. Seguramente no corrí ni ahí el riesgo que años antes conllevaba una simple detención de rutina policial, pero igual sentí un terror paralizante: tal vez no me fueran a "desaparecer", pero pude haber quedado pegado por consumo y portación de bonitas flores verdes.
Va la primera. Aun sabiendo que a mí me ponía de la nuca, Gillian tenía la puta costumbre de armar en el auto. Jamás pude conseguir que dejara el pedazo en su casa y llevara sólo uno o dos fasos armados. Creo que la guacha me lo hacía a propósito, sacaba el envoltorio y se ponía a armar en cualquier parte, en pleno centro por ejemplo, mientras yo manejaba. La noche en cuestión íbamos por Brasil (creo) hacia el Bajo. Al llegar a Ing. Huergo doblé y… toda la cana toda, cortando la avenida y parando autos, bruto operativo y nosotros… fumando, Gillian con la pelota de papel de diario todavía en la mano, clavándose una seca, y en el auto una baranda... En un instante pasaron mil cosas por mi cabeza, me sentí paralizado por el miedo. Supongo que me habré puesto blanco, o verde, o no sé de qué color. "Dame el faso", le dije, y sólo atiné a tratar de morfármelo… pero no pude: era muy gordo (her style) y mi garganta se cerró. Fue terrible. No me quemé, porque al metérmelo en la boca lo apagué al toque con la saliva, pero al intentar tragarlo… no pasó. Fueron apenas unos segundos, pero me pareció una eternidad. Con el charuto dentro de la boca, puse cara de “ni se les ocurra romperme las pelotas, voy en un Falcon blanco”, miré a los canas y esquivé lentamente pero con decisión todos los patrulleros dispuestos en laberinto sobre la avenida. Zafamos, no me pararon. Pocos metros después miré por el espejo retrovisor para asegurarme de que el milagro había sucedido, y “¡concha de tu madre, retardada mental, te tendría que cagar a piñas por imbécil!”, pero no way, se reía, sólo se cagaba de risa… “no loco, vos no creés en mí, ya te dije que conmigo no tenés que tener miedo”, y seguía riéndose.
Otra. Habíamos salido con Sergio Astarita (RIP). Recuerdo que esa noche no tenía ganas de manejar, y le di la llave del auto a Sergio, “manejá vos”. Sólo una difusa imagen del abrigo de Sergio (un sobretodo tal vez) me revela que hacía frío: había estado en cana poco antes, por incidentes con sustancias ilícitas, y para caretear se vestía como un gentleman. Fuimos a un pub nuevo que había en la Boca. Creo que Sergio era uno de los socios, pero no estoy seguro: solo sé que los dueños eran conocidos. De repente entra la yuta, con malas intenciones: se encienden las luces y empiezan a pedir documentos. Yo no debí haberme alterado, porque no estaba en falta alguna, ni siquiera había tomado alcohol… Pero enseguida caí en la cuenta de un par de situaciones… por lo menos comprometedoras. Uno, había dejado los documentos en el auto, y la llave la tenía Sergio. Dos, Gillian andaba como siempre con el mazapán encima. Por suerte no pasó ná: después de molestar un rato a los portadores de las caras más sospechosas, se fueron sin reparar en nosotros.
La última. No se cómo ni porqué, una noche quedé estacionado a una cuadra de la Plaza Matheu (La Boca ), con un desconocido atrás. Gillian , que iba adelante conmigo, se había bajado con un pibe del barrio para encarar la placita, donde estaban los dealers pendejos de la barra brava de Boca, y el otro quedó sentado en el asiento trasero. De repente veo que se aproxima un patrullero, que pasa muy despacio por al lado de mi auto, que para adelante y se bajan… Yo no sabía qué carajo decir, inventé cualquiera, pero ni siquiera sabía el nombre de mi acompañante (una de las preguntas clásicas en tales situaciones era "¿cómo se llama el señor, de dónde lo conoce?"). Estar estacionado en una oscura calle de La Boca a las doce de la noche con un desconocido ya era sospechoso de por sí, pero lo que más me preocupaba era que justo aparecieran Gillian y el otro con la reciente compra… Obviamente no iban a ser tan pelotudos de encarar derecho hacia auto viendo que estábamos en plena tertulia con los amigos azules, pero tratándose de Gillian … cualquier delirio era posible: una noche se fue de compra a una villa cerca del Camino Negro, sola, y como no pasaba ningún colectivo hacia el centro… hizo parar a un móvil de prefectura y les pidió que la llevaran, “vengo de estudiar con una compañera de la facultad, no pasan colectivos ni taxis, este lugar es muy feo y me da miedo…” La acercaron hasta el centro, ella con su pedazo en la cartera, muy entretenida charlando con los milicos… ¿Sentiende?
Gus