..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

domingo, 11 de enero de 2009

Crónica de una tormenta

No podría precisar en qué momento se empezó a nublar. Algún viento del 2003 trajo los primeros grises que habrían de sacudir la calma celeste de mi cielo. Al principio, lo único grave eran los presagios de peoría: el sol todavía brillaba, y no parecía imposible eso que aun sigo pensando que pude haber evitado. Pero ahora.. no tiene sentido conjeturar sobre el derramamiento, ahora sólo queda llorar sobre la leche volcada: la tormenta llegó, y parece no tener fin.
Una tormenta es una tormenta, y los lectores optimistas de la realidad dicen que siempre que llovió paró, pero yo.. no pudiendo por naturaleza ser optimista, me reservo el derecho al pesimismo tras las conclusiones razonables que una mente lógica elabora a la luz de la evidencia. Sé que toda lluvia para; pero más allá de la duración de la tormenta, no puedo concentrarme en buenos augurios, sino más bien en la evaluación de los daños. Hay lluvias y lluvias, no son todas iguales. Algunas causan estragos, inundan, destruyen, matan.. Esta parece ser de las peores: si no me ahogo, habrá tanto que reconstruir..
Antes de la aparición de las primeras nubes, mi vida era.. fácil (fácil = tranquila y cómoda). Después, cuando se empezó a nublar, todo seguía siendo relativamente liviano, pero ya con ciertas limitaciones: la tranquilidad comenzaba a derrumbarse.
No puedo ver al trabajo de otra manera que como una forma de esclavitud. Tal vez una esclavitud moderna, camuflada, disfrazada de libertad, en la que el amo no es una entidad personal sino una abstracción.. pero esclavitud al fin. Desde esa óptica, diría que el laburo que perdí hace poco más de dos años era una esclavitud bastante libre. Como de puta VIP, digámos.
Pero antes de seguir, vuelvo un poco hacia atrás. El intrigante y largamente esperado año 2000 llegó, y me encontró al volante de un cochino taxi. Sin embargo todo parecía sugerir que, milagrosamente, mi vida entraba en una dimensión de cambios radicales, para bien. Gracias a una serie de casualidades que signaron mi estrella, en abril empecé a trabajar para una empresa de una provincia vecina, representante de otra empresa mayor, líder en el mercado de los lácteos. En mayo, cuando llegó mi hijo, yo ya era vendedor de la marca en Jujuy. Si tenemos en cuenta que no era fácil para un inútil de 42 años conseguir un trabajo bueno y seguro en este país reventado, supongo que cabía decir que mi suerte fue más que buena. Todo se solucionaba, y en los años de relativa prosperidad que siguieron, llegué a creer que me habría de jubilar en las mismas condiciones, llegado el momento..
Tiempo después, cuando algunas manchas sugestivamente negras empezaron a aparecer en el horizonte para alterar la calma, llegué a la conclusión de que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. Antes del 2000, yo deseaba tener un laburo como el de mi cuñado, y cuando él cayó en desgracia, dos años antes que yo, temí seguir corriendo su misma suerte: todo hacía prever que difícilmente pudiera soportar los embates de la crisis post Mendez.
Los primeros años estaba todo bien. Hasta podría decir que en un país en reversa para los laburantes en general, yo gozaba de una situación privilegiada.
Teniendo en cuenta mis hábitos austeros y mi medida ambición, mi vida era tranquila y cómoda (fácil, por propia definición). Los dos parámetros a considerar funcionaban a la perfección, y en equilibrio: las condiciones de mi actividad eran totalmente soportables, y ganaba lo suficiente para no tener ningún tipo de sobresalto en el bolsillo. Dicho de otra manera, el laburo no me atormentaba, no me resultaba insoportable, y ganaba bien. No tener que cumplir horarios era una bendición parecida a la libertad. No tener que madrugar, ni justificar nada, ni dar explicaciones que nadie me pedía, eran detalles no menores. Yo tenía que vender, cobrar y depositar la guita, y mientras el objetivo se cumpliera, nadie me jodía. Obviamente no me levantaba muy temprano (las 9:30 era una hora razonable para tomar unos mates con mi mujer antes de salir a la calle), ni trabajaba los fines de semana (ni los feriados): normalmente, los viernes al mediodía terminaba mi semana laboral, hasta el lunes a la tarde. Le dedicaba al trabajo un promedio de cinco horas diarias, movilizándome en mi auto, y con eso alcanzaba. No ganaba guasadas, pero mis ingresos superaban ampliamente los promedios de la gran mayoría. Otra buena era que no tenía que esperar a fin de mes para cobrar: diariamente tomaba las comisiones que me correspondían, y también podía disponer de adelantos semanales de hasta doscientos mangos sin pedir autorización (y en este punto aparece el arma de doble filo, el tiro que terminó saliendo por la culata cuando la mano se puso pesada). Estaba en blanco, todo legal, y por mucho tiempo mi relación personal con el dueño del circo (the boss) fue lo suficientemente buena como para que llegara hasta a ofrecerme dinero para cambiar el auto.. No tenía deudas, pagaba todo en tiempo y forma, vivíamos bien, comíamos y chupábamos lo que nos diera la gana cuando nos diera la gana, delivery de pizza un par de veces por semana, salir a comer afuera con frecuencia, asado todos los domingos, y los viernes.. esas picadas full que hoy tanto extraño..
Resumiendo: tenía un laburo liviano que no me abrumaba en absoluto, y me proveía los medios materiales para vivir sin sobresaltos. Esto duró unos tres años. Después todo empezó a irse a pique. No fue algo repentino, sino más bien como una bomba con una mecha muy larga que, una vez encendida, yo veía consumirse lentamente sin poder hacer nada para apagarla: el fuego avanzaba inexorable mientras la impotencia me limitaba a seguir haciendo lo que podía. Mi vida ya no era tan fácil: seguía siendo cómoda, y no nos faltaba nada, pero el precio a pagar era la pérdida de la tranquilidad.
Después de muchos meses de nubes cada vez más negras, en noviembre de 2005 estalló el temporal: la tormenta se desató con la virulencia esperada, ya no pude mantener oculta la columna del debe, 25 lucas que después de haber pasado por el bolsillo izquierdo.. ¿dónde están, quién las tiene?, las tendrá el Gran Bonete, porque yo.., y entonces "queremos el telegrama de renuncia mañana, como un gesto de buena fe."
A la mierda, todo se fue a la mismísima mierda. Y empezó otra historia de la que no tengo ganas de hablar: sólo espero que pronto sea apenas un mal recuerdo..
Gus

No hay comentarios.: