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jueves, 17 de abril de 2008

Honor o muerte

Por Juan Gelman

El 5 de junio se cumplirán tres años del suicidio en Irak del coronel norteamericano Ted Westhusing. Lo habían ascendido pocas semanas antes y le faltaban cinco para terminar su misión en el país ocupado. Lo encontraron en su trailer con el orificio de un tiro detrás de la oreja izquierda disparado por su Beretta 9 milímetros de servicio. En realidad, no se mató él: lo mató su sentido del honor militar.
No pocos veteranos de Irak y Afganistán se han suicidado –687 al 30 de marzo de 2007 (The Independent, 1-4-07)– sea en pleno servicio, sea al volver a casa, por razones que un grupo de psicólogos de las fuerzas ocupantes sigue investigando. Las que llevaron a la muerte de propia mano al coronel Westhusing –el de mayor grado hasta el momento– parecen claras, al menos la principal: su descubrimiento de la carencia de valores militares en los que creía profundamente. Era profesor de filosofía y de inglés en West Point, se había licenciado en estrategia militar y en filosofía rusa, publicaba trabajos acerca de su tema central, la ética militar. Su tesis de doctorado en Filosofía de la Universidad de Emory, Atlanta, se tituló “La virtud competitiva y cooperativa en el ethos bélico estadounidense”, un texto que exige del “guerrero que consagre todo su ser a la defensa de la Constitución de EE.UU., a la que ha jurado lealtad” (Texas Observer, 9-3-07), de lo cual era un practicante verdadero.
A fines del 2004, convencido de que el cumplimiento de sus ideales le demandaba acudir a la guerra inventada por W. Bush, abandonó la seguridad de la cátedra para ofrecerse como voluntario en Irak. Fue destinado al comando multinacional de seguridad bajo las órdenes directas de los generales Joseph Fil y David Petraeus, el mismo que, hoy comandante en jefe de las tropas ocupantes, compareció la semana pasada ante el US Senate para demandar que se eternice la ocupación de Irak. Asignaron a Westhusing la tarea de supervisar el trabajo de USIS (US Investigation Services), una empresa privada que el Pentágono contrató para entrenar a tropas del “gobierno” iraquí en operaciones antiterroristas especiales. Entonces se vio cercado por las contradicciones entre el filósofo que se hace preguntas y el soldado que debe obediencia.
El contrato de USIS por valor de 77 millones de dólares obliga a la firma a proporcionar instructores en materia de seguridad y su único gasto es el pago del salario de los 15 mercenarios israelíes que envió a Irak, unos 7500 dólares mensuales por cabeza. Westhusing comprobó que algunos de ellos no cumplían su labor, que USIS robaba al gobierno y que ese personal asesinaba a su antojo a civiles iraquíes. Elevó a sus superiores un detallado informe sobre la corrupción imperante y la respuesta fue un silencio que lo llevó a pensar que la situación también beneficiaba a sus jefes. Así comenzó a descender las gradas de la alarma y la desesperación.
“En los e-mails que enviaba a su familia, Westhusing se mostraba particularmente turbado por una conclusión que se le impuso: valores militares tradicionales con el deber, el honor y el país habían sido reemplazados por el afán de lucro en Irak, donde EE.UU. ha llegado a depender excesivamente de los contratistas para tareas que antes realizaban los militares” (The Hufftington Post, 10-4-08). Junto al suicida yacía una carta de cuatro páginas, escrita en letras mayúsculas, que dirigió a Fil y Petraeus. Dice en su párrafo inicial: “No estoy seguro de si puedo confiar en ustedes o no” (www.texasobserver.org, 9-3-07).
La carta no habla a medias: “Gracias por decirme que era un buen día hasta que les informé (sobre USIS). A ustedes sólo les interesa la carrera y no el apoyo a su personal... No puedo ser parte de una misión que entraña la corrupción, el abuso de los derechos humanos y la mentira. Estoy harto, ya no más. No decidí voluntariamente (venir a Irak) para secundar la corrupción, a los contratistas ávidos de dinero, a comandantes sólo interesados en ellos mismos. Vine para servir honorablemente y me siento deshonrado... ¿Para qué servir cuando no se puede cumplir la misión, cuando ya no se cree en la causa, cuando cada esfuerzo que uno hace choca con mentiras, la falta de respaldo y el egoísmo? Ya no más. Mírense a sí mismos, comandantes. Ustedes no son lo que piensan que son y yo lo sé” (www.alternet.org, 10-4-08). Lo supo y entró en una profunda depresión. La semana anterior al suicidio se lo vio desanimado, ausente de lo que sucedía y a menudo mirando fijamente su Beretta 9 milímetros. El católico Westhusing, soldado y filósofo, sólo encontró esa manera de terminar con el pisoteo manifiesto de su fe en el honor militar. Hay desilusiones que matan.

artículo aparecido en Página/12 el 17/04/08
aporte de Dill

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