..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

lunes, 21 de abril de 2008

Fragmentos de cartas de 2004

De Gus a Dill

28 de marzo ‘04
Se cumplieron veintiocho años del golpe militar del ’76, y aunque no tengo ganas de hablar mucho del tema, sin ponerme solemne quiero compartir con vos un minuto de… reflexión.
Esa historia negra del país es una historia negra en nuestras vidas, que seguramente, como vos decís, habrían corrido mucho más peligro si la cosa nos tomaba un par de años más grandes, pero que igual nos agarró en un momento tan crucial en la vida de un ser humano que casi diría que nos la cagó. Lo que quiero decir es que tanta represión y tanto miedo vividos a los dieciocho años seguramente contribuyeron a acentuar algo que venía con nosotros desde la cuna: éramos medio pelotudos desde el vamos (no se ofenda compadre: yo era medio pelotudo, y me parece que usted también), y esos milicos de mierda (la cara visible de un poder maldito), nos cortaron las alas del cuerpo, obligándonos a generar un anticuerpo con forma de alas de la mente que, al no encontrar un espacio para volar libremente, se anquilosaron y se convirtieron en símbolo de que "lo que está y no se usa nos fulminará".
Hace un rato dije que los milicos nos cagaron la vida, y la verdad es que no estoy muy convencido de que haya sido tan así. Me incomoda un poco haber dicho eso, que entre otras cosas parece una falta de respeto a la memoria de los que fueron torturados y desaparecidos. Seguramente no fue agradable para nosotros (y para otros miles y miles de sobrevivientes) haber padecido la dictadura, pero cuando pasó estuvimos intactos para celebrarlo. Y para intentar recomponer la estructura sicológica descompaginada por el horror.
Sin embargo creo que los milicos no tuvieron mucho que ver con algunos puntos básicos de mi vida, como la incapacidad de relacionarme bien con el sexo opuesto. Antes del golpe, y durante la dictadura, yo ya estaba mal parado en ese terreno, y creo que si en lugar de estar viviendo tiempos de absoluta represión en todo sentido hubiera transitado la adolescencia con un entorno de destape, habría quedado igualmente descolocado (aunque esta vez no pluralicé, me parece que la prenda le calza también, compadre).

9 de marzo ‘04
Cuando yo hablo de Dios, me muevo en un plano del absurdo, compadre. Al igual que usted, no creo que Dios haga ni deje de hacer nada en el ámbito terrenal (ni en ningún otro: ¿qué podría hacer o dejar de hacer alguien que no existe?). Nadie puede estar seguro de nada: tanto los que creen como los que no creemos, nos manejamos dentro del ámbito de la fe o la falta de ella, ya que pruebas no tenemos de nada. Ni siquiera la razón da respuestas concluyentes. La pregunta entonces sería ¿porqué hablo de Dios si no creo que exista? Bueno, hablo de Dios porque el enemigo habla de Dios. Cuando yo cuestiono o puteo a Dios, en realidad lo que estoy cuestionando o puteando es el manejo de la idea de un Dios digitada por el poder siniestro de los siniestros poderosos que gobiernan el planeta: en sus manos sucias, Dios es un arma más poderosa y letal que cualquier otra, aunque no se manifieste con explosiones ni disemine virus o gases de mierda. Cuando me dicen que Dios castiga y yo les contesto que entonces Dios es un hijo de puta, lo que les estoy diciendo es “ustedes son unos hijos de puta”. Pero para nada quisiera que mi mambo con Dios, o con la idea de un supuesto Dios en el cuál no creo, resultara ofensivo para quienes sí creen.

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