—¿Y qué? ¿Por qué tener vergüenza de masturbarse? Un arte menor al lado del otro, pero de todos modos con su divina proporción, sus unidades de tiempo, acción y lugar, y demás retóricas. A los nueve años yo me masturbaba debajo de un ombú, era realmente patriótico.
—¿Un ombú?
—Como una especie de baobab —dijo Oliveira— pero te voy a confiar un secreto, si jurás no decírselo a ningún otro francés. El ombú no es un árbol: es un yuyo.
—Ah, bueno, entonces no era tan grave.
—¿Cómo se masturban los chicos franceses, che?
—No me acuerdo.
—Te acordás perfectamente. Nosotros allá tenemos sistemas formidables. Martillito, paragüita... ¿Captás? No puedo oír ciertos tangos sin acordarme cómo los tocaba mi tía, che.
—No veo la relación —dijo Etienne.
—Porque no ves el piano. Había un hueco entre el piano y la pared, y yo me escondía ahí para hacerme la paja. Mi tía tocaba Milonguita o Flores negras, algo tan triste, me ayudaba en mis sueños de muerte y sacrificio. La primera vez que salpiqué el parquet fue horrible, pensé que la mancha no iba a salir. Ni siquiera tenía un pañuelo. Me saqué rápido una media y froté como un loco. Mi tía tocaba La Payanca, si querés te lo silbo, es de una tristeza...
(Diálogo entre Olivera y Etienne, Rayuela, Julio Cortázar)
Aporte de Gus
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