..QUE HOY SEA AYER SIN MAÑANA

miércoles, 24 de junio de 2009

Pregunta

¿Hay algún ritual para deshacerse de un espejo sin romperlo (porque son siete años de mala suerte) ni dejarlo abandonado en un baldío (porque vaya uno a saber), ni regalarlo o venderlo en un cambalache? Sé que las fotos no se deben romper (y mucho menos tirar a la basura o al inodoro), las fotos se queman. Pero... ¿y los espejos? Acá hay uno que me inquieta, no lo quiero cerca. Es un espejo que estaba en mi casa de la calle Herrera (sí, otra vez... danger), estaba desde antes de que yo naciera, la cantidad de idos que se reflejaron en ese instrumento del demonio es incontable para una mente sana (¿quieren que lo intente? por ahí yo sí puedo llegar al número exacto), y ahora resulta que el condenado hace ruido de noche... un ruido como de ratas caminando sobre papeles o cartones. No tomé nada, son las diez de la mañana, no bebo de día, no bebo más en realidad... Y para disipar dudas sobre mi cordura, aclaro que yo nunca escuché nada, así como no veo ni siento ni presiento fenómenos paranormales de ninguna naturaleza. Pero acá hay tres mujeres que sí escucharon esos ruidos provenientes del espejo, y yo no lo quiero más en mi casa. ¿Alguien me dice qué puedo hacer?
Gus

martes, 16 de junio de 2009

De..

..mi arrogante modestia, mi humilde soberbia... ¿de eso se trata? No soy así, aunque a veces no pueda evitar parecerlo..
Gus

jueves, 4 de junio de 2009

Vale todo

Contar recuerdos es un buen ejercicio para la técnica narrativa: sólo hay que buscar la mejor manera de escribir historias que no es necesario inventar.
La fragilidad de mi memoria me juega a favor: puedo olvidar fácilmente todo lo que no quiero recordar, pero ciertos recuerdos que me dibujan una sonrisa de simpatía dirigida al pasado, siguen estando en mi memoria (tal vez incompletos, y no sé por cuanto tiempo más, pero están). Sería interesante ver qué pasa si elijo reemplazar los detalles olvidados por otros, inventados. La amnesia de los años me devuelve la esperanza de llegar a ser un buen cuentista. Veremos, pensó un ciego (y no dijo nada porque también era mudo, y se quedó esperando una respuesta sin saber qué forma podría tomar para alcanzarlo, porque además era sordo…)
Gus

Una respuesta antigua a actuales comentarios de Dill

Mi manera de escribir tiene más de ciencia que de arte... A veces, sólo a veces, aparecen en mi cabeza algunas metáforas más o menos poéticas, o imágenes de estética ambigua que parecen provenir de una intención de tocar el arte, pero no es así: el arte está en la creación (o la creación en el arte), y yo no creo nada, sólo digo (soy un simple relator de mi realidad). Persigo únicamente la buena forma de expresarme. Mi meta es decir (hablar, escribir) de la mejor manera posible, sin que sobre ni falte nada, para que todo se entienda claramente. Entonces no me molesta en absoluto que me digas que lo que escribo no encaja en la categoría de arte... No me molesta porque siempre lo supe. Y porque nunca sentí que pudiera meterme en el ámbito de la ficción literaria (o de la poesía). Estoy de acuerdo con vos en que arte es crear, inventar. Escribir (o pulsar las cuerdas de una guitarra, o guiar un pincel sobre un lienzo) es el proceso necesario para que la creación se materialice. Nada más. Y mi manera de escribir no materializa nada...
Tal vez la necesidad de disipar confusiones en torno a la acción de escribir surja de una situación particular que no se da con una guitarra o un pincel: no hay muchas más razones que la búsqueda de la cosa artística para tomar un pincel o pulsar las cuerdas de una guitarra, pero con la lapicera se puede apuntar a varios blancos, y no necesariamente todos esos blancos tienen que ver con alguna forma de arte. Un periodista, por ejemplo, aunque domine el “arte” de escribir bien, no es un artista: es un periodista. Vos y yo somos buenos escribidores de cartas, pero una carta es una carta, no es una forma de arte.
Aspiro (pero no sé si en realidad aspiro) a escribir lo mejor que me sea posible fuera del arte, porque el arte viene o no viene a uno, y a mí no vino (lo cual no me jode, ni me jodió nunca). Y me complacen los elogios a mi prosa porque los tomo como una valoración favorable entendiendo por dónde pasa la cosa. Pero si alguien me dijera “¡loco sos un artista!”, yo pensaría “¿qué le pasa a este?”
Sin embargo yo creo que Guido habla de otra cosa... Entiendo que se refiere a una forma muy particular de algo que él llama “arte”, pero que no es Arte con mayúscula, sino más bien un proceso interno que... se parece a un arte de magia que nos libera de angustias y dolores. Escribir puede ser un exorcismo, algo liberador, y aunque no haya obra ni Arte en lo que se escribe, tal vez Guido vea en esos cuadernos llenos de palabras sin ningún valor literario una imagen del supremo arte doméstico de sobrevivir...
Y sigo pensando que catalogar a algo de “arte menor” no es desmerecerlo, sino darle su justo valor. Obviamente tomé prestada esa expresión de Cortázar, y no creo que él la haya usado, en el contexto en que la usó, para desmerecer a lo que llamó “arte menor”, sino al contrario... No lo veas como que lo que es menor es inferior, o de cuarta: velo como que, aunque menor, es arte al fin. Pero esta aclaración es al pedo: insisto en que escribo con pluma de científico, y el arte siempre estuvo en la vereda de enfrente (a la cual nunca voy a llegar, tal vez porque no es mi karma, o tal vez porque soy un cagón que no se anima a cruzar...).
Gus

A Don Julio (abril '05)

Comparto tu inquietud por la naturaleza de los sueños y la sombría actividad de la mente, proyectando historias de una parte de la realidad en la pantalla oscura de la fantasía, cuando debiera dejarse de joder y ponerse en off por completo. El tema es apasionante, y demasiado complejo para la escasa operatividad de mi pensamiento... razón por la cual lo voy a dejar pendiente, en suspenso, hasta...
Una sola cosa: yo creo que en sueños hacemos lo que queremos (aun en situaciones que no deseamos), y en la vigilia lo que podemos... y nuestra vida es el resultado de las fluctuaciones de la mente gobernada por la conciencia y la inconsciencia jugando en el sube y baja...
Gus

martes, 2 de junio de 2009

(te) cuento..

Una pintura, una escultura, una canción, un poema, un cuento.. nunca se terminan: se abandonan. Así dijo alguna vez García Márquez que mucho antes había dicho un griego de cuyo nombre no puedo acordarme.. Estoy de acuerdo: desde la más sublime OBRA DE ARTE hasta esos «hechos artísticos» de entrecasa, jamás se terminan si el autor no decreta que así sea.. el The End es un acto voluntario, intencional, una decisión que debe tomarse si no se quiere vivir pintando sobre lo pintado, retocando formas en la piedra, cambiando acordes o corrigiendo frases. Yo decidí que este cuento esté terminado: me dije «basta boludo.. si no te da el cuero para más, dejálo así y al carajo». Soy consciente de que, como a todo escribidor, me resulta difícil evadir esa manía propia del «oficio»: no puedo evitar tiempo después corregir incontables veces lo antes escrito.. Pero me rebelé con este cuento, que defino como «terminado inconcluso» y.. es lo que hay.

DETRÁS DE LA PUERTA

«La verdad es que tengo miedo», me dijo Leonor aquella noche de domingo en el Parque Lezama. «No sé qué será de ellos cuando entren las máquinas..» Traté de explicarle una vez más que no había alternativas, que era inútil preocuparse, y como siempre pareció no entender: «sí, ya sé, pero..»
Había llovido fuerte. La luna proyectaba claroscuros en los charcos, las acacias semejaban presencias inquietantes en la bruma. Caminamos más de una hora sin salir del parque desierto. No había otro tema posible: sólo la puerta, ellos y la demolición. Al final, tras escuchar con atención sus lógicas razones, comprendí que lo de Leonor no era sólo preocupación, sino verdadero temor, y lo sentí también: un escalofrío me recorrió la espalda. En ese momento supe que estábamos atrapados para siempre.

La vieja casona de la calle Herrera había pertenecido a la familia de Leonor desde fines del siglo XIX, cuando el bisabuelo Arturo cobró unos buenos pesos por servir a la patria, y pudo comprarla. Ahora, sin más explicaciones que un lacónico discurso del intendente de la ciudad hablando del sacrificio de algunos en pos del progreso del municipio, se anunciaba la demolición de veinte manzanas para dar paso a la moderna autopista que dejaría sin casa a muchas familias. «El viejo Arturo no podrá soportar esto, seguro que se mete un tiro en el paladar», pensó Leonor en voz alta. «¿No es eso lo que hizo hace sesenta años?», pregunté extrañado. «Sí, pero lo hizo por cuestiones de honor», respondió Leonor, y cambió de tema. Hasta donde yo sabía, el viejo se suicidó sin motivos: en lo que pareció un simple rapto de locura, salió al balcón vistiendo su vieja chaqueta de coronel y gritó «¡viva la patria carajo, esta me la pagan, maricones hijos de puta!». Llevaba la escopeta cargada, tal vez con intenciones de disparar al aire para hacerse notar, y nunca se llegó a saber el motivo de su enojo: cuando descubrió que estaba en calzoncillos, se metió la punta del caño en la boca y tiró del gatillo.

Era tarde. Acompañé a Leonor hasta la casa, pero no entré. Tras seis años de noviazgo, nuestra comunión era sincera y profunda. Nos queríamos, entre nosotros no había secretos ni zonas oscuras.

Leonor vivía con su madre viuda y sus dos hermanos. La casa era demasiado grande para tan pocos habitantes, por lo que la expropiación parecía más una solución que un problema para ellos. Pero.. ¿qué pasaría con los del otro lado? Eso sí era un problema. Y aunque en todo caso no era ella quien debía resolverlo, resultaba más que entendible su inquietud: ¿quién podía saber qué harían esos seres impredecibles?

La mañana siguiente fue agitada. Cerca de las diez Leonor me llamó a la oficina y me pidió que fuera, «te necesitamos, en la casa hay un revuelo infernal, el tío Elvio se murió otra vez, lo de siempre, un ataque de asma mientras tocaba el trombón». Pedí permiso a mi jefe y salí. En el taxi fui repasando mentalmente la escena que, por repetida, ya me resultaba familiar. Nada grave: al viejo se le iba la mano con la grapa, perdía el spray de salbutamol, y terminaba dejando la vida en un soplido. Pero el caos que se generaba era demasiado para Leonor, que en situaciones así necesitaba mi contención para sobreponerse.

La puerta era de cedro, maciza y con picaporte de bronce. Estaba al final de un pasillo largo, a la salida del comedor principal, y no parecía ocultar nada anormal. De hecho, cualquier visitante ocasional que la abriera sólo vería un oscuro y húmedo cuarto deshabitado, depósito de algunos viejos muebles en desuso y repleto de polvo y telarañas.
La primera vez que entré a la casa, Leonor señaló la puerta y me dijo «ahí no vive nadie, es una especie de desván donde guardamos lo que debiéramos haber tirado hace mucho», y no sentí curiosidad. Fue después de algún tiempo que empecé a experimentar cierta intriga, que terminó transformándose en una inquietante sospecha: era extraño que Leonor entrara con tanta frecuencia a una habitación abandonada en la que no había nada que hacer. Sus respuestas («fui a buscar un libro», «entré a ordenar», «me pareció escuchar ruido de ratas») no me convencían: algo estaba pasando detrás de esa puerta que comenzaba a perturbarme. Además, no era Leonor la única: todos los habitantes de la casa entraban y salían de esa habitación con absoluta naturalidad. Pero algo me decía que no era prudente hacer preguntas al respecto; o que, en todo caso, sería inútil: invariablemente Leonor insistiría con las evasivas. De cualquier manera, no me parecía que valiera la pena darle demasiada importancia al asunto: por ese entonces creía que detrás de la puerta sólo había un cuarto lleno de cachivaches, y que el apego de Leonor a ese sombrío recinto era una manía inofensiva.

Al llegar a la casa aquella mañana encontré el despelote habitual en esos casos. La vieja Justina lloraba a moco tendido mientras Pablo, indolente, desempolvaba las copitas de licor. María de los Milagros le gritaba «¡puta de mierda, mal nacida!» a Josefina la criada, adivinando en sus lágrimas un amor oculto desde siempre, tal vez temiendo que hubiese sido correspondido alguna noche de desvelo en las galerías del fondo, y Nicanor espantaba a los perros, empecinados en orinar las columnas de alpaca sobre las que descansaba el féretro. Era siempre lo mismo, cuando alguno de los del otro lado moría se convulsionaba todo, como si se tratara de algo irreversible. «Extraña conducta la de estos seres», pensé una vez más. Pero a esa altura ya sabía que nada en ellos debía sorprenderme demasiado: su naturaleza los volvía esquivos a cualquier intento de análisis racional que se sostuviera en parámetros sensatos.

Tiempo atrás yo había sido aceptado por toda la familia, con excepción del Coronel Arturo Llanes, que nunca se dejó ver. Creo que no le simpatizaba, aunque Leonor dijera que no debía interpretar esa actitud del viejo como desprecio, porque estaba loco desde aquella mañana aciaga en el balcón, «y los locos, ya se sabe, tienen códigos diferentes».

El gobierno había pagado las casas expropiadas, y los documentos eran claros: el plazo para desocuparlas era de tres meses. Las semanas previas a la mudanza fueron de mucha tensión. Sin embargo detrás de la puerta nada parecía alterarse: la vida normal del otro lado seguía su curso. El ámbito de estos extraños seres permanecía inmutable, como ellos.. Éramos nosotros, Leonor y yo, los desquiciados. La incertidumbre tomaba diferentes formas, casi letales. Por momentos era un nerviosismo extremo, que de pronto se transformaba en pánico, y en cualquier caso la angustia nunca cedía.

Una semana antes de la entrega, aun no teníamos decidido qué hacer. Leonor había pensado algunos desatinos, de los que milagrosamente conseguí hacerla desistir, y entonces los Llanes abandonarían la casa por la puerta de calle, como debía ser, dejando la otra puerta en su lugar, a merced de las topadoras.

Llegó el día. Leonor estaba impávida, no demostraba desesperación mientras los changarines cargaban todo en el camión de la mudanza. Recién cuando vi salir a uno de ellos con la puerta sobre los hombros comprendí todo.
Entré a la casa, fui derecho a la habitación sin puerta, y como lo suponía, sólo encontré estantes desvencijados y telarañas. Ni rastros de esos seres del olvido imposible: al fin y al cabo ellos nunca supieron de la demolición de una casa que hacía mucho que ya no habitaban..


lunes, 1 de junio de 2009

Roberto Carlos e Caetano Veloso... e a música de Tom Jobim

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01. Garota de Ipanema
02. Wave
03. Aguas de março
04. Por toda mina vida
05. Ela é Carioca
06. Inutil paisagem
07. Meditação
08. Insensatez
09. Ligia
10. Corcovado
11. Samba do avião
12. Eu sei que vou te amar
13. Tereza da praia
14. Chega de saudade



Dill V Gus

Para ninguna...

Hace algunos años (no muchos) destruí todo lo que había escrito hasta ese momento: mis cuadernos, el azul, el negro y todos los demás... ardieron en una fogata sin santo invocado, o peor, fueron a parar al inodoro como papel picado sin carnaval. Nunca me arrepentí: era basura amarillándose, atrayendo polillas... Pero ahora me asalta cierta curiosidad, porque creo que escribía muy mal en aquellos tiempos prehistóricos y... sin embargo... Don Julio me dijo algo... nada, no vale la pena.
En realidad algo quedó, no mucho pero... De eso rescato esto, que no tenía título en la servilleta de La Paz en que fue escrito hace... más de 25 minutos... perdón, años...

Ojos ciegos de la distancia
devorando tu sexo
mi boca
devorada también
y las vueltas de todo
que todo lo envuelven
lo vuelven real
como el rocío en la ventana
al amanecer...
juntos

Si es amor
o es sólo fuego…
no importan las palabras
cuando me siento en vos
te siento en mí
nos sentimos eternos
te siento temblar
tiemblo también
y... qué es irreal?
qué puede ser más real?

No sabía para qué escribía eso, y ahora me siento Nostradamus en pedo...

¡Poema las pelotas...!

Los ojos ciegos de la distancia devorando tu sexo, mi boca, devorada también... y las vueltas de todo que todo lo envuelven, lo vuelven real como el rocío en la ventana al amanecer juntos... Si es amor o es sólo fuego... no importan las palabras cuando me siento en vos, te siento en mí, nos sentimos, eternos... te siento temblar, tiemblo también y... ¿qué es irreal?, ¿qué puede ser más real que esto...?

Mi Avalon

No LA, pero sí una de mis desalmadas...


La otra, LA desalmada, era linda la hija de puta, muy linda... Ya voy a escanear fotos y las voy a pone acá...